El dolor de pies era aun mas fuerte que antes, la cabeza me dolía horrores, me costaba respirar y había empezado a jadear hacia pocos minutos. Abrí mi mano lentamente y deje que el cuerpo se quedara allí, en esa posición, con el mango del utensilio de cocina saliendo del cuello como una grotesca manivela que al accionarla devolviese a la vida a aquel autómata de carne. Tenía una pinta horrible, pobre tipo. La muerte, que a menudo engrandece a los hombres, no era generosa con él. Y para colmo sus zapatos no me servían y seguía sin saber que coño era aquello del pato lila.
Dejé lentamente, con suavidad el sombrero sobre la poca poblada cabeza del tipo y me incorporé. La lluvia volvía ha hacer de las suyas, no me dejaba tranquilo, definitivamente esa no era mi mejor noche. Y me seguía costando respirar, el aire estaba demasiado enrarecido y un leve sentimiento de mareo se apoderaba de mí. Quería salir inmediatamente de allí. Mierda, ya empezaban los sudores fríos. No se porque pero mi paranoia aquí empezaba a hacerse cada vez más aguda.
-Por favor, ayúdame!
¿Quién coño había dicho eso? Me giré y vi a una mujer, de unos treinta y pocos años, morena, delgada y desgarbada. Llevaba el pelo revuelto, muy despeinado y eléctrico. Me miraba con unos ojos ansiosos, con lágrimas por las mejillas. Extendió sus manos hacia mí con las palmas hacia arriba.
-Por favor, ayúdame!
-¿Qué?- Mi sorpresa era mayúscula, esa tía me estaba hablando sin asustarse pese a que a mis pies se encontraba un cadáver con un cuchillo clavado en la garganta. Era posible que con el sombrero puesto solo pareciese un borracho, así que lo miré. No, imposible, la prenda se había desprendido ligeramente y caía sobre una de las partes de la cara, provocando que el mango del arma resaltara al estar manchado del rojo de la sangre y contrastando con la palidez del muerto.
-Por favor, está matándolo, ayúdame.
Me giré de nuevo hacia ella, sin reponerme de la sorpresa, con los ojos como platos y una cara de pardillo ridícula.
-¿Matando a quien? ¿De qué me hablas?- Hace un momento era el tío mas chulo del mundo y ahora era yo el pringado que no entendía nada. Lo que yo decía, la suerte me amaba, estaba claro.
-Ayúdame, sígueme, por favor, está matándolo, necesito tu ayuda.- Tardó apenas unos segundos en girarse como ausente y dirigirse hacia un portal del callejón. Justo los mismos en los que yo decidí seguirla. No tenía la mas mínima intención de ayudarla, es cierto, pero su aspecto decadente, mi ansiedad creciente y ese ambiente espeso y deprimente que había…. Todo junto era tan atrayente. Que le voy a hacer si soy un sentimental. O un aprovechado, la verdad, hay que pensar que cuando una persona está tan desesperada como para pedir ayuda de esa manera es porque la necesita y la necesidad siempre va sujeta a una facilidad extraordinaria de desprenderse de cosas valiosas. Quizá esta vez la suerte estaba de mi lado.
Coño, paraba de llover. ¿Eso era bueno o malo?
Seguí a la mujer al interior mientras intentaba llamarla.
-Oye, espera, perdona, ¿has probado alguna vez un pato lila?- Ella parecía no escucharme, su paso era rápido y me costó seguirla.
Fue justo en el momento en el que puse un pie en el interior del edificio cuando sentí el pánico.
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