viernes, 5 de diciembre de 2008

El pato lila IV

Aquello era extraño, mucho, no lo recordaba con claridad pero tenía la sensación de haber estado ya antes allí. Mucho tiempo atrás. En realidad jamás había estado en aquella ciudad, pero tenía la certeza de conocer el lugar, sabía que los buzones se encontraban a mi izquierda, en dos filas desiguales, una con cinco de ellos y la siguiente con seis. Sabía que el ascensor, con doble puerta y cierre metálico muy recargado, con verja alta y llave no funcionaba. Sabía que la mujer había subido por las escaleras, que se encontraban al fondo, justo al lado de un yonki medio tirado en el suelo casi a punto de palmarla. Pero, ¿por qué lo sabía?
¿Tendría aquella mujer la respuesta? Me decidí a seguirla y me dispuse a subir el primer escalón sabiendo que aquello podía resultar cuanto menos, peligroso. Total, aún quería preguntarle a alguien por el pato y el tipo del suelo no estaba en muy buenas condiciones para ayudarme.
Solo me preocupaba una cosa. Las botas. ¿Y si tenía que correr? ¿Cómo lo haría con ese puñetero dolor de pies?
Me apoyé en la barandilla mientras seguía subiendo, la mugre se pegaba a mi mano como si fuese pegamento, por Dios, este sitio debía llevar siglos sin limpiarse. Al girar en el rellano tropecé con un carrito de niños, uno de esos antiguos que simulan un mercado, con sus balancitas, sus verduritas y su jodido dinerito de mentira, era la leche, pero si hasta tenía una caja registradora de mentira! Y fue mientras la observaba que me dí cuenta. El juguete estaba sucio. Mierda, me había llenado la gabardina de aquella especie de paté maloliente, ahora si que me estaba cabreando y la zorra que me había metido en aquel lugar me las iba a pagar todas juntas, que se preparase, le iba a meter un pato lila por el culo!
Después de darle una sonora patada al minimarket seguí subiendo, intuía por alguna razón que debía dirigirme al segundo piso. Y es lo que hice.
Al llegar al rellano lo observé con atención. Mi paranoia latente me advertía que me fuese de allí al instante, que no esperase más. Puede que solo necesitase un minuto más para sentirme satisfecho, aunque podía ser suficiente para ser demasiado tarde. Era un pasillo perpendicular al sentido de las escaleras, que iban a morir al centro del mismo. A la izquierda una puerta en el sentido sur y dos en el norte se dibujaban bajo la luz de dos pequeñas luces de emergencia naranjas encendidas (debía haber saltado el general hacia menos de media hora, de lo contrario no estarían encendidas). Las puertas estaban coronadas por una letra cada una: A, C y E. Estaban cerradas.
Giré a la derecha y pude observar que el antiguo fluorescente del pasillo funcionaba correctamente, aunque la luz que proyectaba, en contra de ser blanca, lucía con un tono lila mortecino. Algo me recordó al pato. No tenía sentido que una parte de la planta tuviese luz normal y en la otra hubiesen saltado las de emergencia, pero bueno, yo no era lampista. La puerta del sur estaba cerrada y se le había caído la letra, aun estaba en el suelo, era la F.
Una de las otras puertas, la B, estaba entreabierta. Dios, parecía de película, ¿Qué se suponía que tenía que hacer yo en ese momento?

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