jueves, 11 de diciembre de 2008

El pato lila VII (fin del primer capítulo)

Salí al mugriento pasillo mientras me sacudía la gabardina, mierda, se había llenado de mierda, tanto saltar de un sitio a otro. El dolor de pies ya estaba tomando tintes antológicos y para más inri, despistado como estaba intentando hacer de mí un tío decente y señorial me tropecé con el cuerpo de la señora que se interponía entre yo y las escaleras. Caí de rodillas justo sobre su pecho, exactamente sobre el agujero que el sicópata jubilado le había producido. Mierda, todos los pantalones manchados de sangre, ¿pero cómo voy a volver en tren con esta pinta?
Lo de siempre, siempre absorto en mis pensamientos, preocupado por mi ropa y el dolor de pies volví a distraerme y no me fijé en la figura que subía por las escaleras. Era la mujer de antes, la del callejón, con la misma expresión vacía que sin mirarme avanzaba con paso firme hacia mi posición, cogido a su mano llevaba lo que en un principio me pareció un niño. Había algo extraño en esas dos figuras que se acercaban a mí. Instintivamente, yo me encontraba reculando hacia atrás para poder observarlos mejor. Joder, me acababa de dar cuenta que eso no era un niño, sus facciones arrugadas y su grotesca manera de andar… era un enano, joder, un enano y yo, odio a los enanos! ¿Porqué esta jodida noche se está volviendo tan surrealista? No entiendo que pasa en este edificio de locos, están todos como un puto cencerro y encima ahora tenía delante de mí a un enano, con la manía que les tengo. El mundo está lleno de gente bajita y nadie se queja, poco a poco nos invaden bichitos con forma humanoide pero no pasa nada, no, la gente odia a los extranjeros y es normal, odia a los de otra raza diferente a la suya y es normal, incluso a los de otro credo y nadie se espanta, pero sin embargo yo no soporto a los minihumanos y eso si que es un problema sicológico. Por favor, pero si con sus cabezas enormes y sus manos diminutas parecen surgidos de la chistera de algún mago retorcido e hijo de puta.
Otra divagación más, otro error, tanto pensar, acabará por matarme.
Solo una frase salió de los labios de la mujer:
-Uhhhhhnnn
Bueno, ya sé que no es una frase, pero seguro que quería decir algo, lo que ocurre es que no le dejé, la agarré del cuello tan fuerte y rápido como pude olvidándome por un instante del gnomo que había a su lado.
-¿Se puede saber que coño pasa aquí?- pregunté casi histérico, soy un tío tranquilo por naturaleza pero esto ya me estaba superando.
El enano saltó sobre mí, bueno, digo saltó porque fue el intento que hizo, mas por la intención que por el hecho, claro. Comenzó a golpearme en las costillas para posteriormente soltar un certero gancho a mi entrepierna. Lógicamente, la presión que ejercía sobre la mujer, cesó y caí al suelo lloriqueando.
Dios, como duele eso, casi tanto o más que unas botas nuevas y pequeñas, odio a los enanos, eso no se hace, eso solo puede maquinarlo un ser vil y despreciable!
La mujer soltó un rodillazo a mi cara que provocó que aún retrocediera un poco más, de rodillas en el suelo, intentando incorporarme logré parar una segunda patada de ella pero no un certero puñetazo en mi mejilla derecha producido con un puñito que si bien no era fuerte, se clavaba como un alfiler.
Estaba casi al final del pasillo, detrás de mi una solo quedaba la pared, y una gran ventana en su centro, delante la desquiciada mujer y el puto enano, la ecuación era sencilla, la incógnita era ella, así que decidí despejarla. Me incorporé como pude, mis piernas siguen siendo fuertes, cogí de la chaqueta al muñeco diabólico y lo lancé a través del ventanal.
Dos pisos, unos 8 metros y la manera en que empezó la caída, solo había dos posibilidades, o era un gato o iba a reventarse los órganos al impactar boca abajo con el suelo. Aunque nunca se sabe, era un enano, seguro que se guardaba un truco, algo así como sacar unas alas escamadas propias de su auténtica naturaleza y alejarse volando mientras ríe salvajemente.
Otra vez pensando, otra vez despistado, las uñas de la mujer se me clavaron en la mejilla izquierda, demasiado cerca del ojo, para mi gusto. Chillaba como una descosida, supongo que a raíz del vuelo emprendido por su amigo, no pudo hacer más, cogí sus brazos con mis manos y acerqué mi cara a la suya. Yo también estaba gritando.

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