Intenté respirar hondo pero eso allí era imposible, como si me encontrase a 2000 metros de altura, era difícil conseguir el oxígeno que flotaba en el aire. La subida por las escaleras me había cansado escandalosamente, definitivamente, ya no era el de antes. Me estaba haciendo viejo antes de cumplir los 30.
Fueron quizás mas de cinco los minutos que estuve mirando la puerta, pensando, sin escuchar nada, tan solo el zumbido del fluorescente. Al final del pasillo había una ventana que daba justo sobre la farola del callejón, ya no llovía y con unos últimos fogonazos, la luz de la calle se apagó. No volvió a encenderse.
Anduve hasta la puerta, entreabierta, como había observado con anterioridad, no se escuchaba nada. Entré sin pensármelo mucho.
El recibidor de la puerta daba justo a un pequeño comedor, la escena era dantesca. En ese momento lo veía y escuchaba todo.
La estancia, rectangular, era pequeña, un sofá se encontraba justo delante mío, casi en el centro, a la izquierda un mueble hasta el techo color marrón oscuro con los pomos dorados de hierro la coronaba. Me vinieron los mareos al mirar a la derecha, los gritos eran ensordecedores.
Un hombre de unos 40 años, en calzoncillos largos, con rayas azules, los mas sexys que seguro que había encontrado por la mañana estaba inclinado hacia el suelo, moviendo vigorosamente el brazo derecho hacia arriba y hacia abajo, en la mano llevaba un sillín de bici, lo cogía por la parte acolchada, golpeaba con el tubo. Muchas veces, estaba lleno de sangre, todo estaba lleno de sangre, que salpicaba como si fuese un aspersor regando. Debajo había un niño. Era el que gritaba.
Empecé a recular, sorprendido, ¿Qué demonios era aquello? De pronto me di cuenta que había algo más. En la pared sobre la que estaban había algo suspendido. Se trataba de un niño de unos 2 o 3 años, empalado por el estomago hasta la pared por el tubo de la pata de una típica tabla de plancha, aún colgaba del otro extremo la tela del artilugio, la cabeza del pobre niño se mantenía erguida y recta porque de igual manera que el tubo, un tornavís atravesaba el ojo del crio hasta empotrarse en la pared, era grotesco. No había visto tanta sangre en mucho tiempo y eso que me dedicaba a matar, pero no a estas salvajadas. Había trozos de cerebro y coágulos de sangre por toda la pared. El chiquillo ya había dejado de escucharse, había durado demasiado. La macabra escena se coronaba con las huellas del asesino por toda la estancia, había estado restregando sus dedos llenos de sangre por todo el piso y aun continuaba machacando el sanguinolento cuerpo sin piedad. Todo aquello me sobrepasaba, me había quedado allí, de pie, absorto, sin saber reaccionar mientras veía el grotesco montaje, todo aquello parecía una jodida broma. Pobres crios, con menudo hijo de puta se habían cruzado.
De pronto, como si se hubiese percatado de mi presencia, el primo de Hulk cesó en su masacre particular y se giró hacia mí violentamente mientras se levantaba. Fue entonces cuando pude verle la cara. Tenía la edad que había calculado antes, pero sus ojos estaban vacíos, su expresión era casi cómica, si no teníamos en cuenta la situación en si, claro. De su boca le salía un hilo de baba, ese cabrón perdía saliva por la comisura de los labios, estaba auténticamente loco. Era enfermizo, aun sostenía en la mano el sillín de bici, el tubo prácticamente había comenzado a doblarse del uso continuado que le acababa de dar y se dirigía hacia mí con esa mirada ausente. Ese tío iba a por mi, sin dirigirme la palabra, sin dinero de por medio y ni siquiera una razón, ese tío iba directo hacia mi para matarme. Pobre, no lo tendría tan fácil como con los chicos, yo le presentaría un poquito de resistencia y mi experiencia me decía que iba a ser suficiente, igual esperaba que me quedase quieto como un puto pato lila!
En ese momento justo sentí el golpe en mi mejilla derecha, había calculado mal las distancias, como de costumbre, había estado pensando demasiado, lo suficiente para despistarme un poco, solo un poco. Un golpe con su puño izquierdo, eso es lo que me había desplazado hasta el interior del inmueble. Tenía fuerza el tarado este. La inercia del desplazamiento me obligó a apoyarme en el sofá para intentar incorporarme. Al asomarme al interior del mismo, pude ver otro cuerpo, una chica de unos 15 años yacía tumbada boca arriba, al mirar su cara solo note la palidez típica, pero al terminar de ponerme en pie, no pude sino mirar hacia abajo. El vómito me sobrevino, las nauseas se mezclaban con la falta de oxígeno, era de locos. Una enorme raja casi separaba el cuerpo en dos, estaba abierta en canal, como si fuese una cremallera, un cuchillo grande de cocina coronaba la abertura a la altura de los pechos. Comenzaba entre sus piernas.
Otro golpe.
En el costado derecho, esta vez había sido con algo más contundente que el propio cuerpo. El desplazamiento hacia el lado fue superior. Miré hacia mi agresor y lo vi empuñando la pata de una silla, la había destrozado contra mí al golpearme. Menudo animal. La buena noticia era que había dejado el sillín tirado detrás de él, la mala era que tenía que espabilarme, ese bestia me estaba dando una paliza. Casi estudiándome me dio tiempo suficiente para incorporarme. Su cabeza se inclinaba hacia los lados como si fuese un insecto vigilando a su victima. Ese fue su error, darme un poco de tiempo.
Dos segundos. Dos segundos fue exactamente lo que tardé en sacar dos cuchillos de mi gabardina, uno en cada mano, mientras daba los dos pasos que me separaban de él y hundírselos a los dos lados del cuello. Parecía que el dos era en ese momento el número mágico. No se movió. No le dio tiempo. Tan solo cayó de rodillas y apoyó su cabeza en mí. Lo miré morirse, como siempre hacía.
Le cogí del pelo y le levanté la cabeza, sus ojos seguían vacíos, solo que ahora con razón. Me retiré de él y me dirigí a la puerta. Aún extrañado, sorprendido, ¿qué coño acababa de pasar allí?
Casi solté una carcajada cuando salí al pasillo. Casi.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario