Había un hombre algo mayor de 60 años empuñando una escopeta en dirección este. Solo dijo una palabra:
-Puta.
Disparó a una mujer de la misma edad que se encontraba frente a él. El agujero que le había hecho en el pecho era del tamaño de un melón. Joder, esa mujer ni siquiera tuvo tiempo de quejarse. Simplemente su cuerpo había sido desflorado, es decir, se había abierto como una flor. Una buena manera de perder kilos.
Volví a sentirlo. De nuevo entendí justo cuando la señora plomo cayó al suelo que aquel tipo se había percatado de que yo estaba allí. Esta vez no me lo pensé y me lancé a la carrera hacia la siguiente puerta que se encontraba entreabierta. Era la F. Buen día para estrenar botas, casi se me había olvidado el dolor de pies con tanta fiesta. Escuché el disparo instantes después de que entrara en la casa. La suerte era una puta que se me había pegado al alma y jugaba conmigo con doble cara.
No podía mas, el calor era asfixiante pero por nada del mundo iba a abandonar mi gabardina en aquel edificio de mierda, ni soñarlo. Mi respiración era ya un jadeo constante. Cada vez había menos oxígeno y en consecuencia más mareo.
Cerré la puerta rápidamente, tan solo cogí aliento durante un segundo. Me apoyé en ella mientras pensaba en como salir de aquel sitio. Mi sexto sentido volvió a avisarme. Me agaché a tiempo, la puerta crujió sobre mí mientras el disparo destrozaba la parte superior. Aquel cabrón acababa de volver a dispararme. No iba a ser fácil.
- Eh, tú! No te va a ser nada fácil escapar, niñato!- Parecía que el tipo me leía la mente. ¿No era eso lo que acababa de pensar? Ahora estaba dudando, aunque esta vez no iba a estar tan desprevenido, escuchando como cargaba la puta escopeta eché un vistazo al piso en busca de algo que me ayudará. Solo me quedaba un cuchillo de los cuatro que había comprado esa mañana en la estación de tren. Estaban de oferta.
Corrí hacia la cocina, intuyendo que se encontraba a mi derecha, de hecho, aquella casa era exactamente igual a la de antes, tan solo faltaba el psicópata y los cadáveres. El mobiliario era también algo más antiguo y un olor a rancio invadía todo el lugar. Era el piso del tipo del arma, seguro. Ese olor es característico de jubilados aburridos y si tenía una escopeta, quizá tuviese dos. No encontré nada ni en la cocina ni en el comedor, al que fui a buscar justo después.
-¡Sal de mi casa, cabrón! Si buscas a la puta de mi mujer está aquí a mi lado dándole de comer a los gusanos. Chico, te has equivocado de sitio, va a haber dolor, mucho dolor.- Vaya, mister Rambo no parecía estar loco del todo, ya temía yo que esto fuese cosa de una posesión demoníaca y masiva. ¿Quizás fuese una intoxicación de pato lila?
Por fin, después de unos cuantos empujones la puerta cedió, entraba en la casa. Justo yo me metí en el lavabo.
Vale, como salgo de aquí ahora. Empuñé el último cuchillo. Supongo que él estaba empuñando a su vez la escopeta. David contra Goliat. Empezaba el baile y yo en esta ocasión y dadas las circunstancias lo hacía con un tacón de 15 centímetros. El pequeño baño tenía un tono extraño, casi surrealista, con azulejos pequeños y color salmón, cerré la puerta y me senté en el bidé, que quedaba justo al lado. Imaginaba que el primer disparo vendría desde fuera e impactaría directamente sobre la bañera, que se encontraba frente a la entrada. El suelo estaba lleno de medicamentos abiertos, esparcidos por todas partes. Adoro los fetiches de pueblo, como el de guardar celosamente todo eso en el lavabo. Acerté con lo del disparo.
Otra puerta agujereada. Y otra vez patadas y empujones para entrar, joder, si ni siquiera había echado el pestillo. Allí me quedé, sentado junto a la puerta, observando como se balanceaba hacia delante y hacía atrás absorbiendo las acometidas. Hasta que se abrió.
Aquel hombre cayó al suelo, lo besó con un enorme amor, menudo batacazo. La escopeta salió despedida hacia delante, hasta la bañera, mientras él intentaba reaccionar y asimilar lo que había pasado, notando su propio sabor metálico, el de la sangre que manaba de su nariz hasta su boca, comprendido que todo llega a su fin. Me incorporé algo apresurado, no quería volver a cagarla de nuevo, le levanté la cabeza hacia atrás, cogiéndolo del pelo mientras intentaba en vano incorporarse y justo cuando fue a decir algo, justo cuando sus ojos me buscaban hacia arriba con odio, cuando sus cuerdas vocales iban a sonar y sus manos intentaban encontrar desesperadamente un apoyo lo degollé. No esperé más, ni siquiera lo miré mientras moría, como siempre hacía, tan solo me levanté y me fui hacia la puerta, ahí lo dejé con su agonía. Calculé que tres minutos, tres minutos es lo que tardaría en morir a juzgar por el sonido de su sangre saliendo de su cuerpo y burbujeando sonoramente en su garganta. Que hijo de puta. La suerte esta vez estaba de mi lado. ¿O no? En realidad sabía que el tipo caería al suelo al entrar. ¿La diosa Fortuna quería mandarme un regalo o realmente yo era jodidamente bueno?
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