“Los hombres, cualesquiera que ellos sean, nunca hacen nada sino en vista de lo que les parece bueno. Es claro, por tanto, que todas las asociaciones de hombres tienden a un bien de cierta especie y que esto lleva a las asociaciones políticas”[1]
Este es uno de los primeros párrafos de Aristóteles en su obra “Política” que nos puede ayudar a entender lo que hoy conocemos como poder político. A su vez, esta implicación de la naturalidad del hombre a vivir en sociedad y por tanto a vincularse entre ellos mediante grupos o asociaciones que necesariamente actuaran de una manera totalmente política. Este hecho, a su vez, también es uno de los tres momentos en que los expertos discuten sobre el momento de la aparición del poder político. A esta vertiente, llamada aristotélico-tomista, se le han de unir la visión marxista, que liga dicha aparición a la figura del excedente y por tanto de la propiedad privada y la visión contractualista del poder, donde se nos muestra que no es algo heredado, sino fruto del llamado contrato social que llevan a cabo los hombres. Quizás yo personalmente me inclino más por imaginar que realmente aquello que realizamos como acto político es fruto de una evolución paulatina en nuestra consciencia de comunidad. Tal vez sea demasiado romántico imaginar que Aristóteles tenía razón y que la naturaleza del hombre nos lleva a la vida en sociedad y a crear normas para que esa sociedad prospere. Si bien es cierto que hay que tener en cuenta el pragmatismo de las otras dos visiones, en las que la marxista pone de manifiesto el “despotismo hidráulico” como lo denominó Godelier, apuntando el inicio de esas sociedades en los grandes cauces fluviales y donde un grupo hegemónico impone su superioridad sobre otros grupos tributarios y la visión “contractualista”, que establece el inicio del “contrato social”[2] realmente como el inicio de una realidad política.
Dejando de lado el inicio de la definición, el idealismo de la creación de la política, creo que debo centrarme algo más en sus efectos. Para bien o para mal, ya desde su creación, fuese en un momento u otro, la Política configura el mundo, sus aplicaciones, sus reacciones, sus aprobaciones e incluso sus negaciones tienen efectos directos e indirectos sobre la sociedad, en algunos casos particulares y en otros global. No podemos negar que el mundo es hoy por hoy, tal como es, debido a la Política. Es tan complicado definir el término en sí como hacer una lista de los tipos que existen. Podemos apuntar que “la política siempre ha tenido que ver con la aclaración y disipación de prejuicios” como dijo Hanna Arendt, pero también apunta que esos prejuicios “siempre ocultan un pedazo de pasado” por lo que si bien podemos estar de acuerdo con la afirmación de que la Política sirve para lo primero, no es menos cierto que en ese pasado que llevan implícitos los prejuicios también existía un tipo de Política. Hanna Arendt se basa en estados o sociedades que han de reconfigurar por completo su sistema, que han de partir de cero y crear una nueva sociedad política, por lo que no deberíamos centrarnos solo en esa base de solución de prejuicios. Quizás la Política actual se haya nutrido y basado sobre todo en reacciones, en el cambio que en su día el mundo necesitaba para seguir prosperando, Noam Chomsky apuntó que “cualquier forma de autoridad requiere una justificación. Y la justificación rara vez puede darse”[3] por lo que es lógico una reacción a esa falta de justificación. He querido citar esa frase de Chomsky porque creo que es demasiado evidente hacer que las reacciones a hechos consumados lleven connotaciones políticas, a veces es algo más sutil que eso, una simple falta de justificación puede provocar un cambio en una sociedad y en consecuencia una reacción política que inevitablemente configure un futuro diferente para la comunidad. Reacciones de este tipo ha habido muchísimas a lo largo de la historia, enfocadas hacia un régimen político u otro, indistintamente de intentar buscar el mejor o el peor. A fin de no meterme en camisas de once varas y hacer una valoración muy personal del título del presente trabajo, entiendo la Política realmente como la relación necesaria y absoluta de la sociedad. Creo que sin la presencia política, la sociedad no podrá jamás dar un solo paso, no podrá crecer, pero es más, ni siquiera existir, puesto que no podrá existir nunca una sociedad en la que los seres humanos no se interrelacionen entre sí (ya por su naturaleza, como indicaba Aristóteles). Es notorio que también es necesario un pacto unánime entre los componentes de la comunidad para que ésta prospere más rápidamente (“contrato social” de Rousseau) pero no es indispensable para que exista. Una vez confeccionada esta realidad (donde ya ha intervenido la Política), hemos de encontrar solución a los problemas, dirimir diferencias, encontrar proyectos comunes y en definitiva subir un peldaño más en la escalera del bienestar, para todo eso ha de servirnos la Política. Es absurdo decir que no creemos en ella, que no es más que un cáncer en la sociedad y no llegar a entender para que se pagan impuestos. Es irrisorio criticar y no estar de acuerdo con la política de un Estado cuando ni siquiera se ha participado en la elección de los dirigentes. Es extraño ver como tanta gente reniega de la Política y la tacha de injusta aún sin conocerla pero sin embargo negocian el precio en la compra de un inmueble (¿acaso no es eso una forma de limar diferencias y por lo tanto, política?). Por lo tanto la no-política la he de considerar absurda, la Política configura nuestra realidad, el problema es que solo está disponible para una pequeña minoría porque la inmensa mayoría así lo acepta. Pero eso no cabe en el presente proyecto, solo dejaré una frase algo crítica con el sistema democrático que se publicó en uno de tantos periódicos Californianos en la elección de Arnold Schwarzenegger en Octubre de 2003:
“Cuando la gente gana, la política siempre pierde”[4]
[1] Aristóteles, “Política”, siglo V a.C.
[2] Término usado por Rousseau para referirse al momento en el que el hombre renuncia a parte de sus derechos (libertad, pagar tributos) y los cede a un poder superior a cambio de otros (protección personal, protección propiedad privada)
[3] FOX, JEREMY. Chomsky y la globalización, Editorial Gedisa, Barcelona, 2007
[4] LAKOFF, GEORGE. No pienses en un elefante, Editorial Complutense, Madrid 2007
miércoles, 17 de diciembre de 2008
sábado, 13 de diciembre de 2008
Mi nombre es Su I
No sé por donde empezar, de hecho no sé ni si debo contar esta historia, mi historia. Bueno, supongo que no tiene nada de malo hacerlo, supongo que tal vez me ayude a liberarme o incluso me sirva de terapia. Supongo que lo hago por mí. Fijaré el principio en el que ha sido mi hogar durante los últimos años: un antro lúgubre, oscuro y pequeño oculto en una callejuela de la gran ciudad, El Último Trago. Ocurrente nombre para un sitio en el que ciertamente te podían servir tu última copa, aquella que te destrozaría las entrañas. Decadente, así era el ambiente que reinaba en el garito, sus clientes, perdedores y gente de mal vivir.
¿Cómo había llegado yo a aquel lugar? Ni siquiera lo recuerdo ya, solo sé que aquí se encontraba la única persona a la que podía considerar como amiga, Francine. Era una adorable cincuentona de pechos generosos y decencia escasa, una lengua mordaz y muy poca vergüenza. Fue ella la que me dio el único consejo que he escuchado desde que llegué a esta maldita ciudad, se acercó a mí sugerentemente, apoyándose en la barra y me dijo:
-Su, cariño, para sobrevivir en este jodido sitio solo te hacen falta dos cosas: mantener la boca cerrada y las piernas bien abiertas.
Por desgracia, yo solo hacía bien lo segundo.
Para mí, el sexo no era más que un trámite para conseguir cosas, algo así como un apretón de manos entre dos machotes para cerrar un trato. No era una prostituta, no vendía mi cuerpo a cambio de dinero, realmente lo cambiaba por cualquier cosa que me hiciese falta, también, porque no, cambiaba sexo por compañía. Realmente me considero una persona pragmática, muchas mujeres están años con sus parejas para al final no casarse, otras en cambio no aman a sus maridos pero les aseguran estabilidad, yo no soy hipócrita conmigo misma y como mínimo sé que todas las pollas que me he comido, han servido para algo.
¿Cómo había llegado yo a aquel lugar? Ni siquiera lo recuerdo ya, solo sé que aquí se encontraba la única persona a la que podía considerar como amiga, Francine. Era una adorable cincuentona de pechos generosos y decencia escasa, una lengua mordaz y muy poca vergüenza. Fue ella la que me dio el único consejo que he escuchado desde que llegué a esta maldita ciudad, se acercó a mí sugerentemente, apoyándose en la barra y me dijo:
-Su, cariño, para sobrevivir en este jodido sitio solo te hacen falta dos cosas: mantener la boca cerrada y las piernas bien abiertas.
Por desgracia, yo solo hacía bien lo segundo.
Para mí, el sexo no era más que un trámite para conseguir cosas, algo así como un apretón de manos entre dos machotes para cerrar un trato. No era una prostituta, no vendía mi cuerpo a cambio de dinero, realmente lo cambiaba por cualquier cosa que me hiciese falta, también, porque no, cambiaba sexo por compañía. Realmente me considero una persona pragmática, muchas mujeres están años con sus parejas para al final no casarse, otras en cambio no aman a sus maridos pero les aseguran estabilidad, yo no soy hipócrita conmigo misma y como mínimo sé que todas las pollas que me he comido, han servido para algo.
jueves, 11 de diciembre de 2008
El pato lila VII (fin del primer capítulo)
Salí al mugriento pasillo mientras me sacudía la gabardina, mierda, se había llenado de mierda, tanto saltar de un sitio a otro. El dolor de pies ya estaba tomando tintes antológicos y para más inri, despistado como estaba intentando hacer de mí un tío decente y señorial me tropecé con el cuerpo de la señora que se interponía entre yo y las escaleras. Caí de rodillas justo sobre su pecho, exactamente sobre el agujero que el sicópata jubilado le había producido. Mierda, todos los pantalones manchados de sangre, ¿pero cómo voy a volver en tren con esta pinta?
Lo de siempre, siempre absorto en mis pensamientos, preocupado por mi ropa y el dolor de pies volví a distraerme y no me fijé en la figura que subía por las escaleras. Era la mujer de antes, la del callejón, con la misma expresión vacía que sin mirarme avanzaba con paso firme hacia mi posición, cogido a su mano llevaba lo que en un principio me pareció un niño. Había algo extraño en esas dos figuras que se acercaban a mí. Instintivamente, yo me encontraba reculando hacia atrás para poder observarlos mejor. Joder, me acababa de dar cuenta que eso no era un niño, sus facciones arrugadas y su grotesca manera de andar… era un enano, joder, un enano y yo, odio a los enanos! ¿Porqué esta jodida noche se está volviendo tan surrealista? No entiendo que pasa en este edificio de locos, están todos como un puto cencerro y encima ahora tenía delante de mí a un enano, con la manía que les tengo. El mundo está lleno de gente bajita y nadie se queja, poco a poco nos invaden bichitos con forma humanoide pero no pasa nada, no, la gente odia a los extranjeros y es normal, odia a los de otra raza diferente a la suya y es normal, incluso a los de otro credo y nadie se espanta, pero sin embargo yo no soporto a los minihumanos y eso si que es un problema sicológico. Por favor, pero si con sus cabezas enormes y sus manos diminutas parecen surgidos de la chistera de algún mago retorcido e hijo de puta.
Otra divagación más, otro error, tanto pensar, acabará por matarme.
Solo una frase salió de los labios de la mujer:
-Uhhhhhnnn
Bueno, ya sé que no es una frase, pero seguro que quería decir algo, lo que ocurre es que no le dejé, la agarré del cuello tan fuerte y rápido como pude olvidándome por un instante del gnomo que había a su lado.
-¿Se puede saber que coño pasa aquí?- pregunté casi histérico, soy un tío tranquilo por naturaleza pero esto ya me estaba superando.
El enano saltó sobre mí, bueno, digo saltó porque fue el intento que hizo, mas por la intención que por el hecho, claro. Comenzó a golpearme en las costillas para posteriormente soltar un certero gancho a mi entrepierna. Lógicamente, la presión que ejercía sobre la mujer, cesó y caí al suelo lloriqueando.
Dios, como duele eso, casi tanto o más que unas botas nuevas y pequeñas, odio a los enanos, eso no se hace, eso solo puede maquinarlo un ser vil y despreciable!
La mujer soltó un rodillazo a mi cara que provocó que aún retrocediera un poco más, de rodillas en el suelo, intentando incorporarme logré parar una segunda patada de ella pero no un certero puñetazo en mi mejilla derecha producido con un puñito que si bien no era fuerte, se clavaba como un alfiler.
Estaba casi al final del pasillo, detrás de mi una solo quedaba la pared, y una gran ventana en su centro, delante la desquiciada mujer y el puto enano, la ecuación era sencilla, la incógnita era ella, así que decidí despejarla. Me incorporé como pude, mis piernas siguen siendo fuertes, cogí de la chaqueta al muñeco diabólico y lo lancé a través del ventanal.
Dos pisos, unos 8 metros y la manera en que empezó la caída, solo había dos posibilidades, o era un gato o iba a reventarse los órganos al impactar boca abajo con el suelo. Aunque nunca se sabe, era un enano, seguro que se guardaba un truco, algo así como sacar unas alas escamadas propias de su auténtica naturaleza y alejarse volando mientras ríe salvajemente.
Otra vez pensando, otra vez despistado, las uñas de la mujer se me clavaron en la mejilla izquierda, demasiado cerca del ojo, para mi gusto. Chillaba como una descosida, supongo que a raíz del vuelo emprendido por su amigo, no pudo hacer más, cogí sus brazos con mis manos y acerqué mi cara a la suya. Yo también estaba gritando.
Lo de siempre, siempre absorto en mis pensamientos, preocupado por mi ropa y el dolor de pies volví a distraerme y no me fijé en la figura que subía por las escaleras. Era la mujer de antes, la del callejón, con la misma expresión vacía que sin mirarme avanzaba con paso firme hacia mi posición, cogido a su mano llevaba lo que en un principio me pareció un niño. Había algo extraño en esas dos figuras que se acercaban a mí. Instintivamente, yo me encontraba reculando hacia atrás para poder observarlos mejor. Joder, me acababa de dar cuenta que eso no era un niño, sus facciones arrugadas y su grotesca manera de andar… era un enano, joder, un enano y yo, odio a los enanos! ¿Porqué esta jodida noche se está volviendo tan surrealista? No entiendo que pasa en este edificio de locos, están todos como un puto cencerro y encima ahora tenía delante de mí a un enano, con la manía que les tengo. El mundo está lleno de gente bajita y nadie se queja, poco a poco nos invaden bichitos con forma humanoide pero no pasa nada, no, la gente odia a los extranjeros y es normal, odia a los de otra raza diferente a la suya y es normal, incluso a los de otro credo y nadie se espanta, pero sin embargo yo no soporto a los minihumanos y eso si que es un problema sicológico. Por favor, pero si con sus cabezas enormes y sus manos diminutas parecen surgidos de la chistera de algún mago retorcido e hijo de puta.
Otra divagación más, otro error, tanto pensar, acabará por matarme.
Solo una frase salió de los labios de la mujer:
-Uhhhhhnnn
Bueno, ya sé que no es una frase, pero seguro que quería decir algo, lo que ocurre es que no le dejé, la agarré del cuello tan fuerte y rápido como pude olvidándome por un instante del gnomo que había a su lado.
-¿Se puede saber que coño pasa aquí?- pregunté casi histérico, soy un tío tranquilo por naturaleza pero esto ya me estaba superando.
El enano saltó sobre mí, bueno, digo saltó porque fue el intento que hizo, mas por la intención que por el hecho, claro. Comenzó a golpearme en las costillas para posteriormente soltar un certero gancho a mi entrepierna. Lógicamente, la presión que ejercía sobre la mujer, cesó y caí al suelo lloriqueando.
Dios, como duele eso, casi tanto o más que unas botas nuevas y pequeñas, odio a los enanos, eso no se hace, eso solo puede maquinarlo un ser vil y despreciable!
La mujer soltó un rodillazo a mi cara que provocó que aún retrocediera un poco más, de rodillas en el suelo, intentando incorporarme logré parar una segunda patada de ella pero no un certero puñetazo en mi mejilla derecha producido con un puñito que si bien no era fuerte, se clavaba como un alfiler.
Estaba casi al final del pasillo, detrás de mi una solo quedaba la pared, y una gran ventana en su centro, delante la desquiciada mujer y el puto enano, la ecuación era sencilla, la incógnita era ella, así que decidí despejarla. Me incorporé como pude, mis piernas siguen siendo fuertes, cogí de la chaqueta al muñeco diabólico y lo lancé a través del ventanal.
Dos pisos, unos 8 metros y la manera en que empezó la caída, solo había dos posibilidades, o era un gato o iba a reventarse los órganos al impactar boca abajo con el suelo. Aunque nunca se sabe, era un enano, seguro que se guardaba un truco, algo así como sacar unas alas escamadas propias de su auténtica naturaleza y alejarse volando mientras ríe salvajemente.
Otra vez pensando, otra vez despistado, las uñas de la mujer se me clavaron en la mejilla izquierda, demasiado cerca del ojo, para mi gusto. Chillaba como una descosida, supongo que a raíz del vuelo emprendido por su amigo, no pudo hacer más, cogí sus brazos con mis manos y acerqué mi cara a la suya. Yo también estaba gritando.
miércoles, 10 de diciembre de 2008
El pato lila VI
Había un hombre algo mayor de 60 años empuñando una escopeta en dirección este. Solo dijo una palabra:
-Puta.
Disparó a una mujer de la misma edad que se encontraba frente a él. El agujero que le había hecho en el pecho era del tamaño de un melón. Joder, esa mujer ni siquiera tuvo tiempo de quejarse. Simplemente su cuerpo había sido desflorado, es decir, se había abierto como una flor. Una buena manera de perder kilos.
Volví a sentirlo. De nuevo entendí justo cuando la señora plomo cayó al suelo que aquel tipo se había percatado de que yo estaba allí. Esta vez no me lo pensé y me lancé a la carrera hacia la siguiente puerta que se encontraba entreabierta. Era la F. Buen día para estrenar botas, casi se me había olvidado el dolor de pies con tanta fiesta. Escuché el disparo instantes después de que entrara en la casa. La suerte era una puta que se me había pegado al alma y jugaba conmigo con doble cara.
No podía mas, el calor era asfixiante pero por nada del mundo iba a abandonar mi gabardina en aquel edificio de mierda, ni soñarlo. Mi respiración era ya un jadeo constante. Cada vez había menos oxígeno y en consecuencia más mareo.
Cerré la puerta rápidamente, tan solo cogí aliento durante un segundo. Me apoyé en ella mientras pensaba en como salir de aquel sitio. Mi sexto sentido volvió a avisarme. Me agaché a tiempo, la puerta crujió sobre mí mientras el disparo destrozaba la parte superior. Aquel cabrón acababa de volver a dispararme. No iba a ser fácil.
- Eh, tú! No te va a ser nada fácil escapar, niñato!- Parecía que el tipo me leía la mente. ¿No era eso lo que acababa de pensar? Ahora estaba dudando, aunque esta vez no iba a estar tan desprevenido, escuchando como cargaba la puta escopeta eché un vistazo al piso en busca de algo que me ayudará. Solo me quedaba un cuchillo de los cuatro que había comprado esa mañana en la estación de tren. Estaban de oferta.
Corrí hacia la cocina, intuyendo que se encontraba a mi derecha, de hecho, aquella casa era exactamente igual a la de antes, tan solo faltaba el psicópata y los cadáveres. El mobiliario era también algo más antiguo y un olor a rancio invadía todo el lugar. Era el piso del tipo del arma, seguro. Ese olor es característico de jubilados aburridos y si tenía una escopeta, quizá tuviese dos. No encontré nada ni en la cocina ni en el comedor, al que fui a buscar justo después.
-¡Sal de mi casa, cabrón! Si buscas a la puta de mi mujer está aquí a mi lado dándole de comer a los gusanos. Chico, te has equivocado de sitio, va a haber dolor, mucho dolor.- Vaya, mister Rambo no parecía estar loco del todo, ya temía yo que esto fuese cosa de una posesión demoníaca y masiva. ¿Quizás fuese una intoxicación de pato lila?
Por fin, después de unos cuantos empujones la puerta cedió, entraba en la casa. Justo yo me metí en el lavabo.
Vale, como salgo de aquí ahora. Empuñé el último cuchillo. Supongo que él estaba empuñando a su vez la escopeta. David contra Goliat. Empezaba el baile y yo en esta ocasión y dadas las circunstancias lo hacía con un tacón de 15 centímetros. El pequeño baño tenía un tono extraño, casi surrealista, con azulejos pequeños y color salmón, cerré la puerta y me senté en el bidé, que quedaba justo al lado. Imaginaba que el primer disparo vendría desde fuera e impactaría directamente sobre la bañera, que se encontraba frente a la entrada. El suelo estaba lleno de medicamentos abiertos, esparcidos por todas partes. Adoro los fetiches de pueblo, como el de guardar celosamente todo eso en el lavabo. Acerté con lo del disparo.
Otra puerta agujereada. Y otra vez patadas y empujones para entrar, joder, si ni siquiera había echado el pestillo. Allí me quedé, sentado junto a la puerta, observando como se balanceaba hacia delante y hacía atrás absorbiendo las acometidas. Hasta que se abrió.
Aquel hombre cayó al suelo, lo besó con un enorme amor, menudo batacazo. La escopeta salió despedida hacia delante, hasta la bañera, mientras él intentaba reaccionar y asimilar lo que había pasado, notando su propio sabor metálico, el de la sangre que manaba de su nariz hasta su boca, comprendido que todo llega a su fin. Me incorporé algo apresurado, no quería volver a cagarla de nuevo, le levanté la cabeza hacia atrás, cogiéndolo del pelo mientras intentaba en vano incorporarse y justo cuando fue a decir algo, justo cuando sus ojos me buscaban hacia arriba con odio, cuando sus cuerdas vocales iban a sonar y sus manos intentaban encontrar desesperadamente un apoyo lo degollé. No esperé más, ni siquiera lo miré mientras moría, como siempre hacía, tan solo me levanté y me fui hacia la puerta, ahí lo dejé con su agonía. Calculé que tres minutos, tres minutos es lo que tardaría en morir a juzgar por el sonido de su sangre saliendo de su cuerpo y burbujeando sonoramente en su garganta. Que hijo de puta. La suerte esta vez estaba de mi lado. ¿O no? En realidad sabía que el tipo caería al suelo al entrar. ¿La diosa Fortuna quería mandarme un regalo o realmente yo era jodidamente bueno?
-Puta.
Disparó a una mujer de la misma edad que se encontraba frente a él. El agujero que le había hecho en el pecho era del tamaño de un melón. Joder, esa mujer ni siquiera tuvo tiempo de quejarse. Simplemente su cuerpo había sido desflorado, es decir, se había abierto como una flor. Una buena manera de perder kilos.
Volví a sentirlo. De nuevo entendí justo cuando la señora plomo cayó al suelo que aquel tipo se había percatado de que yo estaba allí. Esta vez no me lo pensé y me lancé a la carrera hacia la siguiente puerta que se encontraba entreabierta. Era la F. Buen día para estrenar botas, casi se me había olvidado el dolor de pies con tanta fiesta. Escuché el disparo instantes después de que entrara en la casa. La suerte era una puta que se me había pegado al alma y jugaba conmigo con doble cara.
No podía mas, el calor era asfixiante pero por nada del mundo iba a abandonar mi gabardina en aquel edificio de mierda, ni soñarlo. Mi respiración era ya un jadeo constante. Cada vez había menos oxígeno y en consecuencia más mareo.
Cerré la puerta rápidamente, tan solo cogí aliento durante un segundo. Me apoyé en ella mientras pensaba en como salir de aquel sitio. Mi sexto sentido volvió a avisarme. Me agaché a tiempo, la puerta crujió sobre mí mientras el disparo destrozaba la parte superior. Aquel cabrón acababa de volver a dispararme. No iba a ser fácil.
- Eh, tú! No te va a ser nada fácil escapar, niñato!- Parecía que el tipo me leía la mente. ¿No era eso lo que acababa de pensar? Ahora estaba dudando, aunque esta vez no iba a estar tan desprevenido, escuchando como cargaba la puta escopeta eché un vistazo al piso en busca de algo que me ayudará. Solo me quedaba un cuchillo de los cuatro que había comprado esa mañana en la estación de tren. Estaban de oferta.
Corrí hacia la cocina, intuyendo que se encontraba a mi derecha, de hecho, aquella casa era exactamente igual a la de antes, tan solo faltaba el psicópata y los cadáveres. El mobiliario era también algo más antiguo y un olor a rancio invadía todo el lugar. Era el piso del tipo del arma, seguro. Ese olor es característico de jubilados aburridos y si tenía una escopeta, quizá tuviese dos. No encontré nada ni en la cocina ni en el comedor, al que fui a buscar justo después.
-¡Sal de mi casa, cabrón! Si buscas a la puta de mi mujer está aquí a mi lado dándole de comer a los gusanos. Chico, te has equivocado de sitio, va a haber dolor, mucho dolor.- Vaya, mister Rambo no parecía estar loco del todo, ya temía yo que esto fuese cosa de una posesión demoníaca y masiva. ¿Quizás fuese una intoxicación de pato lila?
Por fin, después de unos cuantos empujones la puerta cedió, entraba en la casa. Justo yo me metí en el lavabo.
Vale, como salgo de aquí ahora. Empuñé el último cuchillo. Supongo que él estaba empuñando a su vez la escopeta. David contra Goliat. Empezaba el baile y yo en esta ocasión y dadas las circunstancias lo hacía con un tacón de 15 centímetros. El pequeño baño tenía un tono extraño, casi surrealista, con azulejos pequeños y color salmón, cerré la puerta y me senté en el bidé, que quedaba justo al lado. Imaginaba que el primer disparo vendría desde fuera e impactaría directamente sobre la bañera, que se encontraba frente a la entrada. El suelo estaba lleno de medicamentos abiertos, esparcidos por todas partes. Adoro los fetiches de pueblo, como el de guardar celosamente todo eso en el lavabo. Acerté con lo del disparo.
Otra puerta agujereada. Y otra vez patadas y empujones para entrar, joder, si ni siquiera había echado el pestillo. Allí me quedé, sentado junto a la puerta, observando como se balanceaba hacia delante y hacía atrás absorbiendo las acometidas. Hasta que se abrió.
Aquel hombre cayó al suelo, lo besó con un enorme amor, menudo batacazo. La escopeta salió despedida hacia delante, hasta la bañera, mientras él intentaba reaccionar y asimilar lo que había pasado, notando su propio sabor metálico, el de la sangre que manaba de su nariz hasta su boca, comprendido que todo llega a su fin. Me incorporé algo apresurado, no quería volver a cagarla de nuevo, le levanté la cabeza hacia atrás, cogiéndolo del pelo mientras intentaba en vano incorporarse y justo cuando fue a decir algo, justo cuando sus ojos me buscaban hacia arriba con odio, cuando sus cuerdas vocales iban a sonar y sus manos intentaban encontrar desesperadamente un apoyo lo degollé. No esperé más, ni siquiera lo miré mientras moría, como siempre hacía, tan solo me levanté y me fui hacia la puerta, ahí lo dejé con su agonía. Calculé que tres minutos, tres minutos es lo que tardaría en morir a juzgar por el sonido de su sangre saliendo de su cuerpo y burbujeando sonoramente en su garganta. Que hijo de puta. La suerte esta vez estaba de mi lado. ¿O no? En realidad sabía que el tipo caería al suelo al entrar. ¿La diosa Fortuna quería mandarme un regalo o realmente yo era jodidamente bueno?
sábado, 6 de diciembre de 2008
El pato lila V
Intenté respirar hondo pero eso allí era imposible, como si me encontrase a 2000 metros de altura, era difícil conseguir el oxígeno que flotaba en el aire. La subida por las escaleras me había cansado escandalosamente, definitivamente, ya no era el de antes. Me estaba haciendo viejo antes de cumplir los 30.
Fueron quizás mas de cinco los minutos que estuve mirando la puerta, pensando, sin escuchar nada, tan solo el zumbido del fluorescente. Al final del pasillo había una ventana que daba justo sobre la farola del callejón, ya no llovía y con unos últimos fogonazos, la luz de la calle se apagó. No volvió a encenderse.
Anduve hasta la puerta, entreabierta, como había observado con anterioridad, no se escuchaba nada. Entré sin pensármelo mucho.
El recibidor de la puerta daba justo a un pequeño comedor, la escena era dantesca. En ese momento lo veía y escuchaba todo.
La estancia, rectangular, era pequeña, un sofá se encontraba justo delante mío, casi en el centro, a la izquierda un mueble hasta el techo color marrón oscuro con los pomos dorados de hierro la coronaba. Me vinieron los mareos al mirar a la derecha, los gritos eran ensordecedores.
Un hombre de unos 40 años, en calzoncillos largos, con rayas azules, los mas sexys que seguro que había encontrado por la mañana estaba inclinado hacia el suelo, moviendo vigorosamente el brazo derecho hacia arriba y hacia abajo, en la mano llevaba un sillín de bici, lo cogía por la parte acolchada, golpeaba con el tubo. Muchas veces, estaba lleno de sangre, todo estaba lleno de sangre, que salpicaba como si fuese un aspersor regando. Debajo había un niño. Era el que gritaba.
Empecé a recular, sorprendido, ¿Qué demonios era aquello? De pronto me di cuenta que había algo más. En la pared sobre la que estaban había algo suspendido. Se trataba de un niño de unos 2 o 3 años, empalado por el estomago hasta la pared por el tubo de la pata de una típica tabla de plancha, aún colgaba del otro extremo la tela del artilugio, la cabeza del pobre niño se mantenía erguida y recta porque de igual manera que el tubo, un tornavís atravesaba el ojo del crio hasta empotrarse en la pared, era grotesco. No había visto tanta sangre en mucho tiempo y eso que me dedicaba a matar, pero no a estas salvajadas. Había trozos de cerebro y coágulos de sangre por toda la pared. El chiquillo ya había dejado de escucharse, había durado demasiado. La macabra escena se coronaba con las huellas del asesino por toda la estancia, había estado restregando sus dedos llenos de sangre por todo el piso y aun continuaba machacando el sanguinolento cuerpo sin piedad. Todo aquello me sobrepasaba, me había quedado allí, de pie, absorto, sin saber reaccionar mientras veía el grotesco montaje, todo aquello parecía una jodida broma. Pobres crios, con menudo hijo de puta se habían cruzado.
De pronto, como si se hubiese percatado de mi presencia, el primo de Hulk cesó en su masacre particular y se giró hacia mí violentamente mientras se levantaba. Fue entonces cuando pude verle la cara. Tenía la edad que había calculado antes, pero sus ojos estaban vacíos, su expresión era casi cómica, si no teníamos en cuenta la situación en si, claro. De su boca le salía un hilo de baba, ese cabrón perdía saliva por la comisura de los labios, estaba auténticamente loco. Era enfermizo, aun sostenía en la mano el sillín de bici, el tubo prácticamente había comenzado a doblarse del uso continuado que le acababa de dar y se dirigía hacia mí con esa mirada ausente. Ese tío iba a por mi, sin dirigirme la palabra, sin dinero de por medio y ni siquiera una razón, ese tío iba directo hacia mi para matarme. Pobre, no lo tendría tan fácil como con los chicos, yo le presentaría un poquito de resistencia y mi experiencia me decía que iba a ser suficiente, igual esperaba que me quedase quieto como un puto pato lila!
En ese momento justo sentí el golpe en mi mejilla derecha, había calculado mal las distancias, como de costumbre, había estado pensando demasiado, lo suficiente para despistarme un poco, solo un poco. Un golpe con su puño izquierdo, eso es lo que me había desplazado hasta el interior del inmueble. Tenía fuerza el tarado este. La inercia del desplazamiento me obligó a apoyarme en el sofá para intentar incorporarme. Al asomarme al interior del mismo, pude ver otro cuerpo, una chica de unos 15 años yacía tumbada boca arriba, al mirar su cara solo note la palidez típica, pero al terminar de ponerme en pie, no pude sino mirar hacia abajo. El vómito me sobrevino, las nauseas se mezclaban con la falta de oxígeno, era de locos. Una enorme raja casi separaba el cuerpo en dos, estaba abierta en canal, como si fuese una cremallera, un cuchillo grande de cocina coronaba la abertura a la altura de los pechos. Comenzaba entre sus piernas.
Otro golpe.
En el costado derecho, esta vez había sido con algo más contundente que el propio cuerpo. El desplazamiento hacia el lado fue superior. Miré hacia mi agresor y lo vi empuñando la pata de una silla, la había destrozado contra mí al golpearme. Menudo animal. La buena noticia era que había dejado el sillín tirado detrás de él, la mala era que tenía que espabilarme, ese bestia me estaba dando una paliza. Casi estudiándome me dio tiempo suficiente para incorporarme. Su cabeza se inclinaba hacia los lados como si fuese un insecto vigilando a su victima. Ese fue su error, darme un poco de tiempo.
Dos segundos. Dos segundos fue exactamente lo que tardé en sacar dos cuchillos de mi gabardina, uno en cada mano, mientras daba los dos pasos que me separaban de él y hundírselos a los dos lados del cuello. Parecía que el dos era en ese momento el número mágico. No se movió. No le dio tiempo. Tan solo cayó de rodillas y apoyó su cabeza en mí. Lo miré morirse, como siempre hacía.
Le cogí del pelo y le levanté la cabeza, sus ojos seguían vacíos, solo que ahora con razón. Me retiré de él y me dirigí a la puerta. Aún extrañado, sorprendido, ¿qué coño acababa de pasar allí?
Casi solté una carcajada cuando salí al pasillo. Casi.
Fueron quizás mas de cinco los minutos que estuve mirando la puerta, pensando, sin escuchar nada, tan solo el zumbido del fluorescente. Al final del pasillo había una ventana que daba justo sobre la farola del callejón, ya no llovía y con unos últimos fogonazos, la luz de la calle se apagó. No volvió a encenderse.
Anduve hasta la puerta, entreabierta, como había observado con anterioridad, no se escuchaba nada. Entré sin pensármelo mucho.
El recibidor de la puerta daba justo a un pequeño comedor, la escena era dantesca. En ese momento lo veía y escuchaba todo.
La estancia, rectangular, era pequeña, un sofá se encontraba justo delante mío, casi en el centro, a la izquierda un mueble hasta el techo color marrón oscuro con los pomos dorados de hierro la coronaba. Me vinieron los mareos al mirar a la derecha, los gritos eran ensordecedores.
Un hombre de unos 40 años, en calzoncillos largos, con rayas azules, los mas sexys que seguro que había encontrado por la mañana estaba inclinado hacia el suelo, moviendo vigorosamente el brazo derecho hacia arriba y hacia abajo, en la mano llevaba un sillín de bici, lo cogía por la parte acolchada, golpeaba con el tubo. Muchas veces, estaba lleno de sangre, todo estaba lleno de sangre, que salpicaba como si fuese un aspersor regando. Debajo había un niño. Era el que gritaba.
Empecé a recular, sorprendido, ¿Qué demonios era aquello? De pronto me di cuenta que había algo más. En la pared sobre la que estaban había algo suspendido. Se trataba de un niño de unos 2 o 3 años, empalado por el estomago hasta la pared por el tubo de la pata de una típica tabla de plancha, aún colgaba del otro extremo la tela del artilugio, la cabeza del pobre niño se mantenía erguida y recta porque de igual manera que el tubo, un tornavís atravesaba el ojo del crio hasta empotrarse en la pared, era grotesco. No había visto tanta sangre en mucho tiempo y eso que me dedicaba a matar, pero no a estas salvajadas. Había trozos de cerebro y coágulos de sangre por toda la pared. El chiquillo ya había dejado de escucharse, había durado demasiado. La macabra escena se coronaba con las huellas del asesino por toda la estancia, había estado restregando sus dedos llenos de sangre por todo el piso y aun continuaba machacando el sanguinolento cuerpo sin piedad. Todo aquello me sobrepasaba, me había quedado allí, de pie, absorto, sin saber reaccionar mientras veía el grotesco montaje, todo aquello parecía una jodida broma. Pobres crios, con menudo hijo de puta se habían cruzado.
De pronto, como si se hubiese percatado de mi presencia, el primo de Hulk cesó en su masacre particular y se giró hacia mí violentamente mientras se levantaba. Fue entonces cuando pude verle la cara. Tenía la edad que había calculado antes, pero sus ojos estaban vacíos, su expresión era casi cómica, si no teníamos en cuenta la situación en si, claro. De su boca le salía un hilo de baba, ese cabrón perdía saliva por la comisura de los labios, estaba auténticamente loco. Era enfermizo, aun sostenía en la mano el sillín de bici, el tubo prácticamente había comenzado a doblarse del uso continuado que le acababa de dar y se dirigía hacia mí con esa mirada ausente. Ese tío iba a por mi, sin dirigirme la palabra, sin dinero de por medio y ni siquiera una razón, ese tío iba directo hacia mi para matarme. Pobre, no lo tendría tan fácil como con los chicos, yo le presentaría un poquito de resistencia y mi experiencia me decía que iba a ser suficiente, igual esperaba que me quedase quieto como un puto pato lila!
En ese momento justo sentí el golpe en mi mejilla derecha, había calculado mal las distancias, como de costumbre, había estado pensando demasiado, lo suficiente para despistarme un poco, solo un poco. Un golpe con su puño izquierdo, eso es lo que me había desplazado hasta el interior del inmueble. Tenía fuerza el tarado este. La inercia del desplazamiento me obligó a apoyarme en el sofá para intentar incorporarme. Al asomarme al interior del mismo, pude ver otro cuerpo, una chica de unos 15 años yacía tumbada boca arriba, al mirar su cara solo note la palidez típica, pero al terminar de ponerme en pie, no pude sino mirar hacia abajo. El vómito me sobrevino, las nauseas se mezclaban con la falta de oxígeno, era de locos. Una enorme raja casi separaba el cuerpo en dos, estaba abierta en canal, como si fuese una cremallera, un cuchillo grande de cocina coronaba la abertura a la altura de los pechos. Comenzaba entre sus piernas.
Otro golpe.
En el costado derecho, esta vez había sido con algo más contundente que el propio cuerpo. El desplazamiento hacia el lado fue superior. Miré hacia mi agresor y lo vi empuñando la pata de una silla, la había destrozado contra mí al golpearme. Menudo animal. La buena noticia era que había dejado el sillín tirado detrás de él, la mala era que tenía que espabilarme, ese bestia me estaba dando una paliza. Casi estudiándome me dio tiempo suficiente para incorporarme. Su cabeza se inclinaba hacia los lados como si fuese un insecto vigilando a su victima. Ese fue su error, darme un poco de tiempo.
Dos segundos. Dos segundos fue exactamente lo que tardé en sacar dos cuchillos de mi gabardina, uno en cada mano, mientras daba los dos pasos que me separaban de él y hundírselos a los dos lados del cuello. Parecía que el dos era en ese momento el número mágico. No se movió. No le dio tiempo. Tan solo cayó de rodillas y apoyó su cabeza en mí. Lo miré morirse, como siempre hacía.
Le cogí del pelo y le levanté la cabeza, sus ojos seguían vacíos, solo que ahora con razón. Me retiré de él y me dirigí a la puerta. Aún extrañado, sorprendido, ¿qué coño acababa de pasar allí?
Casi solté una carcajada cuando salí al pasillo. Casi.
viernes, 5 de diciembre de 2008
El pato lila IV
Aquello era extraño, mucho, no lo recordaba con claridad pero tenía la sensación de haber estado ya antes allí. Mucho tiempo atrás. En realidad jamás había estado en aquella ciudad, pero tenía la certeza de conocer el lugar, sabía que los buzones se encontraban a mi izquierda, en dos filas desiguales, una con cinco de ellos y la siguiente con seis. Sabía que el ascensor, con doble puerta y cierre metálico muy recargado, con verja alta y llave no funcionaba. Sabía que la mujer había subido por las escaleras, que se encontraban al fondo, justo al lado de un yonki medio tirado en el suelo casi a punto de palmarla. Pero, ¿por qué lo sabía?
¿Tendría aquella mujer la respuesta? Me decidí a seguirla y me dispuse a subir el primer escalón sabiendo que aquello podía resultar cuanto menos, peligroso. Total, aún quería preguntarle a alguien por el pato y el tipo del suelo no estaba en muy buenas condiciones para ayudarme.
Solo me preocupaba una cosa. Las botas. ¿Y si tenía que correr? ¿Cómo lo haría con ese puñetero dolor de pies?
Me apoyé en la barandilla mientras seguía subiendo, la mugre se pegaba a mi mano como si fuese pegamento, por Dios, este sitio debía llevar siglos sin limpiarse. Al girar en el rellano tropecé con un carrito de niños, uno de esos antiguos que simulan un mercado, con sus balancitas, sus verduritas y su jodido dinerito de mentira, era la leche, pero si hasta tenía una caja registradora de mentira! Y fue mientras la observaba que me dí cuenta. El juguete estaba sucio. Mierda, me había llenado la gabardina de aquella especie de paté maloliente, ahora si que me estaba cabreando y la zorra que me había metido en aquel lugar me las iba a pagar todas juntas, que se preparase, le iba a meter un pato lila por el culo!
Después de darle una sonora patada al minimarket seguí subiendo, intuía por alguna razón que debía dirigirme al segundo piso. Y es lo que hice.
Al llegar al rellano lo observé con atención. Mi paranoia latente me advertía que me fuese de allí al instante, que no esperase más. Puede que solo necesitase un minuto más para sentirme satisfecho, aunque podía ser suficiente para ser demasiado tarde. Era un pasillo perpendicular al sentido de las escaleras, que iban a morir al centro del mismo. A la izquierda una puerta en el sentido sur y dos en el norte se dibujaban bajo la luz de dos pequeñas luces de emergencia naranjas encendidas (debía haber saltado el general hacia menos de media hora, de lo contrario no estarían encendidas). Las puertas estaban coronadas por una letra cada una: A, C y E. Estaban cerradas.
Giré a la derecha y pude observar que el antiguo fluorescente del pasillo funcionaba correctamente, aunque la luz que proyectaba, en contra de ser blanca, lucía con un tono lila mortecino. Algo me recordó al pato. No tenía sentido que una parte de la planta tuviese luz normal y en la otra hubiesen saltado las de emergencia, pero bueno, yo no era lampista. La puerta del sur estaba cerrada y se le había caído la letra, aun estaba en el suelo, era la F.
Una de las otras puertas, la B, estaba entreabierta. Dios, parecía de película, ¿Qué se suponía que tenía que hacer yo en ese momento?
¿Tendría aquella mujer la respuesta? Me decidí a seguirla y me dispuse a subir el primer escalón sabiendo que aquello podía resultar cuanto menos, peligroso. Total, aún quería preguntarle a alguien por el pato y el tipo del suelo no estaba en muy buenas condiciones para ayudarme.
Solo me preocupaba una cosa. Las botas. ¿Y si tenía que correr? ¿Cómo lo haría con ese puñetero dolor de pies?
Me apoyé en la barandilla mientras seguía subiendo, la mugre se pegaba a mi mano como si fuese pegamento, por Dios, este sitio debía llevar siglos sin limpiarse. Al girar en el rellano tropecé con un carrito de niños, uno de esos antiguos que simulan un mercado, con sus balancitas, sus verduritas y su jodido dinerito de mentira, era la leche, pero si hasta tenía una caja registradora de mentira! Y fue mientras la observaba que me dí cuenta. El juguete estaba sucio. Mierda, me había llenado la gabardina de aquella especie de paté maloliente, ahora si que me estaba cabreando y la zorra que me había metido en aquel lugar me las iba a pagar todas juntas, que se preparase, le iba a meter un pato lila por el culo!
Después de darle una sonora patada al minimarket seguí subiendo, intuía por alguna razón que debía dirigirme al segundo piso. Y es lo que hice.
Al llegar al rellano lo observé con atención. Mi paranoia latente me advertía que me fuese de allí al instante, que no esperase más. Puede que solo necesitase un minuto más para sentirme satisfecho, aunque podía ser suficiente para ser demasiado tarde. Era un pasillo perpendicular al sentido de las escaleras, que iban a morir al centro del mismo. A la izquierda una puerta en el sentido sur y dos en el norte se dibujaban bajo la luz de dos pequeñas luces de emergencia naranjas encendidas (debía haber saltado el general hacia menos de media hora, de lo contrario no estarían encendidas). Las puertas estaban coronadas por una letra cada una: A, C y E. Estaban cerradas.
Giré a la derecha y pude observar que el antiguo fluorescente del pasillo funcionaba correctamente, aunque la luz que proyectaba, en contra de ser blanca, lucía con un tono lila mortecino. Algo me recordó al pato. No tenía sentido que una parte de la planta tuviese luz normal y en la otra hubiesen saltado las de emergencia, pero bueno, yo no era lampista. La puerta del sur estaba cerrada y se le había caído la letra, aun estaba en el suelo, era la F.
Una de las otras puertas, la B, estaba entreabierta. Dios, parecía de película, ¿Qué se suponía que tenía que hacer yo en ese momento?
El pato lila III
El dolor de pies era aun mas fuerte que antes, la cabeza me dolía horrores, me costaba respirar y había empezado a jadear hacia pocos minutos. Abrí mi mano lentamente y deje que el cuerpo se quedara allí, en esa posición, con el mango del utensilio de cocina saliendo del cuello como una grotesca manivela que al accionarla devolviese a la vida a aquel autómata de carne. Tenía una pinta horrible, pobre tipo. La muerte, que a menudo engrandece a los hombres, no era generosa con él. Y para colmo sus zapatos no me servían y seguía sin saber que coño era aquello del pato lila.
Dejé lentamente, con suavidad el sombrero sobre la poca poblada cabeza del tipo y me incorporé. La lluvia volvía ha hacer de las suyas, no me dejaba tranquilo, definitivamente esa no era mi mejor noche. Y me seguía costando respirar, el aire estaba demasiado enrarecido y un leve sentimiento de mareo se apoderaba de mí. Quería salir inmediatamente de allí. Mierda, ya empezaban los sudores fríos. No se porque pero mi paranoia aquí empezaba a hacerse cada vez más aguda.
-Por favor, ayúdame!
¿Quién coño había dicho eso? Me giré y vi a una mujer, de unos treinta y pocos años, morena, delgada y desgarbada. Llevaba el pelo revuelto, muy despeinado y eléctrico. Me miraba con unos ojos ansiosos, con lágrimas por las mejillas. Extendió sus manos hacia mí con las palmas hacia arriba.
-Por favor, ayúdame!
-¿Qué?- Mi sorpresa era mayúscula, esa tía me estaba hablando sin asustarse pese a que a mis pies se encontraba un cadáver con un cuchillo clavado en la garganta. Era posible que con el sombrero puesto solo pareciese un borracho, así que lo miré. No, imposible, la prenda se había desprendido ligeramente y caía sobre una de las partes de la cara, provocando que el mango del arma resaltara al estar manchado del rojo de la sangre y contrastando con la palidez del muerto.
-Por favor, está matándolo, ayúdame.
Me giré de nuevo hacia ella, sin reponerme de la sorpresa, con los ojos como platos y una cara de pardillo ridícula.
-¿Matando a quien? ¿De qué me hablas?- Hace un momento era el tío mas chulo del mundo y ahora era yo el pringado que no entendía nada. Lo que yo decía, la suerte me amaba, estaba claro.
-Ayúdame, sígueme, por favor, está matándolo, necesito tu ayuda.- Tardó apenas unos segundos en girarse como ausente y dirigirse hacia un portal del callejón. Justo los mismos en los que yo decidí seguirla. No tenía la mas mínima intención de ayudarla, es cierto, pero su aspecto decadente, mi ansiedad creciente y ese ambiente espeso y deprimente que había…. Todo junto era tan atrayente. Que le voy a hacer si soy un sentimental. O un aprovechado, la verdad, hay que pensar que cuando una persona está tan desesperada como para pedir ayuda de esa manera es porque la necesita y la necesidad siempre va sujeta a una facilidad extraordinaria de desprenderse de cosas valiosas. Quizá esta vez la suerte estaba de mi lado.
Coño, paraba de llover. ¿Eso era bueno o malo?
Seguí a la mujer al interior mientras intentaba llamarla.
-Oye, espera, perdona, ¿has probado alguna vez un pato lila?- Ella parecía no escucharme, su paso era rápido y me costó seguirla.
Fue justo en el momento en el que puse un pie en el interior del edificio cuando sentí el pánico.
Dejé lentamente, con suavidad el sombrero sobre la poca poblada cabeza del tipo y me incorporé. La lluvia volvía ha hacer de las suyas, no me dejaba tranquilo, definitivamente esa no era mi mejor noche. Y me seguía costando respirar, el aire estaba demasiado enrarecido y un leve sentimiento de mareo se apoderaba de mí. Quería salir inmediatamente de allí. Mierda, ya empezaban los sudores fríos. No se porque pero mi paranoia aquí empezaba a hacerse cada vez más aguda.
-Por favor, ayúdame!
¿Quién coño había dicho eso? Me giré y vi a una mujer, de unos treinta y pocos años, morena, delgada y desgarbada. Llevaba el pelo revuelto, muy despeinado y eléctrico. Me miraba con unos ojos ansiosos, con lágrimas por las mejillas. Extendió sus manos hacia mí con las palmas hacia arriba.
-Por favor, ayúdame!
-¿Qué?- Mi sorpresa era mayúscula, esa tía me estaba hablando sin asustarse pese a que a mis pies se encontraba un cadáver con un cuchillo clavado en la garganta. Era posible que con el sombrero puesto solo pareciese un borracho, así que lo miré. No, imposible, la prenda se había desprendido ligeramente y caía sobre una de las partes de la cara, provocando que el mango del arma resaltara al estar manchado del rojo de la sangre y contrastando con la palidez del muerto.
-Por favor, está matándolo, ayúdame.
Me giré de nuevo hacia ella, sin reponerme de la sorpresa, con los ojos como platos y una cara de pardillo ridícula.
-¿Matando a quien? ¿De qué me hablas?- Hace un momento era el tío mas chulo del mundo y ahora era yo el pringado que no entendía nada. Lo que yo decía, la suerte me amaba, estaba claro.
-Ayúdame, sígueme, por favor, está matándolo, necesito tu ayuda.- Tardó apenas unos segundos en girarse como ausente y dirigirse hacia un portal del callejón. Justo los mismos en los que yo decidí seguirla. No tenía la mas mínima intención de ayudarla, es cierto, pero su aspecto decadente, mi ansiedad creciente y ese ambiente espeso y deprimente que había…. Todo junto era tan atrayente. Que le voy a hacer si soy un sentimental. O un aprovechado, la verdad, hay que pensar que cuando una persona está tan desesperada como para pedir ayuda de esa manera es porque la necesita y la necesidad siempre va sujeta a una facilidad extraordinaria de desprenderse de cosas valiosas. Quizá esta vez la suerte estaba de mi lado.
Coño, paraba de llover. ¿Eso era bueno o malo?
Seguí a la mujer al interior mientras intentaba llamarla.
-Oye, espera, perdona, ¿has probado alguna vez un pato lila?- Ella parecía no escucharme, su paso era rápido y me costó seguirla.
Fue justo en el momento en el que puse un pie en el interior del edificio cuando sentí el pánico.
jueves, 4 de diciembre de 2008
Uno de los grandes
Hoy dejo aquí un poema de Manolillo Chinato, de poetas, de los grandes.
A LA SOMBRA DE MI SOMBRA
A la sombra de mi sombra
me estoy haciendo un sombrero,
sombrero de largas pajas
que he recogido del suelo.
Lo haré con el ala ancha
que casi llegue hasta el cielo,
"pa" muchas veces no ver
las cosas que ver no quiero.
No quiero ver injusticias ni miserias.
No quiero ver militares ni princesas.
No quiero ver dictaduras ni pobrezas.
No quiero ver religiones ricas ni reinas.
Que solo quiero yo ver a los pobres sin miseria,
a los ricos sin dinero desnudos en esta tierra,
a infinitos corazones
unidos por el amor y unidos contra la guerra.
A la sombra de mi sombra
me estoy haciendo un sombrero,
pero voy a dejar de hacerlo
para luchar con dos "güevos".
Lo sé, lo sé, no me agradezcais que os culturice de esta manera tan abrumadora, lo sé.
martes, 2 de diciembre de 2008
El pato lila II
El tipo que perseguía ya estaba arrastrándose por el suelo, el pobre infeliz no tenia mas fuerzas, poco a poco se fue parando, había comprendido que no llegaría mucho mas lejos, se había equivocado de camino. Con un gesto cansino y resignado se sentó bajo la intermitente luz. Yo lo miré, serio, cabreado, y comenzó a llover otra vez. Ole.
-¿Sabes que hay una tienda aquí al lado donde venden patos lilas? ¿Has probado alguna vez un pato lila?- le fui diciendo mientras me acercaba despacio. Fui sacando del bosillo interior de la gabardina el cuchillo con el que le había herido antes, era de cocina, uno vulgar, difícil de rastrear. Hoy me había acordado de ponerme los guantes, así que después del trabajo podía abandonar el arma sin preocuparme más. Eso si no lo usaba antes para cortarme los dedos de los pies, madre de dios, que dolor.
-¿Co….co….com0?-Me preguntó.
Encima era tartamudo, vamos, no me jodas, se puede ser desgraciado, pero este inútil lo tenía todo!
-¿Qué si sabes lo que es un pato lila? ¿Has visto la tienda de antes?- Había que explicarlo todo.
-¿De qué coño me estas hablando, tío?
Vaya, no era tartamudo, antes solo se había encasquillado.
-Shh… no chilles, anda, que la herida te tiene que estar haciendo ver las estrellas. Cálmate y así todo ira mejor, eh?
-Pero, ¿qué quieres de mi?-Su tono era desesperado. El miedo comenzaba a asomar. ¿Cómo era posible que alguien fuese capaz de pagar tanta pasta por acabar con un gusano como aquel? Era patético. Medio calvo, con mas pelo en uno de los lados de la cabeza para peinarlo hacia el contrario y que ahora bailaba anárquicamente como si fuesen las plumas de un pies negros. Pies, dios, que dolor de pies tenia!
-Pues nada, mira, que estoy preparando una peña quinielista y cuando te he visto me he dicho… mira, seguro que este tío tiene ganas de participar, no te jode. ¿Qué crees que quiero? Lo de antes solo ha sido un error, tranquilo, lo de desplazarme cerca de 300 kilómetros de mi domicilio para encontrarte pura casualidad y la cuchillada que te he dado por la espalda sin mediar palabra solo un momento de mala suerte, si es que…
-¿Qué quieres? ¿Matarme?- La voz le comenzaba a temblar de nuevo. Ah, el olor del miedo, nunca acabare de acostumbrarme, me excita.
-Premio para el señorito. Ole mi niño, si es que cada vez me mandan acabar con gente mas lista, estoy llenando este país de tontos.-Pobre infeliz, le había costado 20 minutos, una herida y una ironía llegar a esa conclusión.
-¿Pe…pero por qué?- Empezaba a recular de espaldas, a separarse de la farola. ¿No le daba la luz un reflejo lila, como a los patos?
-Por feo. Anda va, mírate, si al fin y al cabo, realmente te hago un favor, socio. Das pena, autentica pena. Lo único salvable son esos zapatos… ¿son Martinelli?
-¿Pero de que coño me hablas ahora?- sus ojos se abrían como platos, los tenia saltones, si es que era feo el condenado.
La verdad es que los zapatos eran bonitos, unos Martinelli negros muy sobrios, sin nada, solo zapatos, joder, Dios existe y cuenta chistes!!! Y este es uno de los mejores que he escuchado.
-¿Qué pie usas?
-No me mates, por favor.
-¿Qué pie usas?
-Por favor, te daré lo que quieras, ¿quieres los zapatos? Uso un 40, toma, quédatelos, te los regalo.
-Lo vas a hacer igualmente.- Este no entendía la situación, me da a mi que aun no se creía lo que estaba pasando- ¿Un 40? ¿Pero que clase de pie es ese? ¿De pato? En serio, no puedes mantener el equilibrio con un 40, debes medir 1,70, es físicamente imposible. Ahora entiendo lo de tu torpeza.
-Te lo juro, tío, uso un 40, por favor, tómalos, cógelos.- Se estaba descalzando como podía, a pesar de no poder doblarse del todo debido a la herida lo consiguió hacer realmente rápido, teniendo en cuenta que no era muy ágil, precisamente.
-Chst! Quita, quita, para! ¿Dónde me pongo yo eso, de llavero?-El cabrón de Dios se había vuelto a reír de mi. En nuestro duelo particular de monólogos graciosos, me ganaba por goleada.
-Dime quien te manda, ¿Cuánto te pagan? Te daré el doble, por favor. Escúchame, tengo dinero, mucho dinero, te puedo pagar mucho.-Animalico.
-¿Tú? Ja ja ja.-Creo que la risa esta vez fue demasiado cruel. No tengo desperdicio, hasta sin querer a veces resulto un ser despreciable.- Pero si eres un muerto de hambre, tío cutre! Dinero dices, yo cuando empiezo un trabajo, lo ejecuto.-Que bueno soy con los juegos de palabras,¿a que si?- Y a no ser que tengas mucho, mucho, mucho dinero, algo que no es el caso, te toca diñarla, colega.
-¿Qué? ¿Pero tú que sabes? Que si tengo pasta, tío, tengo mucho dinero. De verdad!
-Vale, vale, Onassis, me da igual.
-Pero, ¿Quién te manda?
Acerque el cuchillo a su garganta mientras su espalda tocaba con la pared de uno de los edificios. No había un alma en aquella calle, no me extraña, daba miedo hasta respirar, el martilleo de la luz se metía en mi cabeza como agujas pinchándome en la nuca y tenia la sensación de estar siendo observado, algo obvio debido a mi paranoia crónica, claro. Suerte que no le hago demasiado caso a mi sentido arácnido, sino estaría como un cencerro. Ahora solo llego a la categoría de pato lila, que ya es decir.
-La asociación de miopes del norte, que les da envidia que no lleves gafas, mira tú por donde.
-¿Qué dices, si llevo lentillas?-Cuando comenzamos con el dialogo de besugos esto pasa de divertido a decadente.
Basta
Le hundí el cuchillo en la garganta, ni siquiera puso resistencia, no intentó apartarlo, tan solo murió. vi. como en sus ojos se apagaba la vida, me miraba fijamente, sin rencor, solo asustado. Mis dedos tocaban parte de su piel, le había penetrado tanto con la hoja que tocaba la pared de atrás con la punta. Era yo el que tenia el odio en la cara, el que retorcía el arma con rabia y aun hoy me pregunto porque.
-¿Sabes que hay una tienda aquí al lado donde venden patos lilas? ¿Has probado alguna vez un pato lila?- le fui diciendo mientras me acercaba despacio. Fui sacando del bosillo interior de la gabardina el cuchillo con el que le había herido antes, era de cocina, uno vulgar, difícil de rastrear. Hoy me había acordado de ponerme los guantes, así que después del trabajo podía abandonar el arma sin preocuparme más. Eso si no lo usaba antes para cortarme los dedos de los pies, madre de dios, que dolor.
-¿Co….co….com0?-Me preguntó.
Encima era tartamudo, vamos, no me jodas, se puede ser desgraciado, pero este inútil lo tenía todo!
-¿Qué si sabes lo que es un pato lila? ¿Has visto la tienda de antes?- Había que explicarlo todo.
-¿De qué coño me estas hablando, tío?
Vaya, no era tartamudo, antes solo se había encasquillado.
-Shh… no chilles, anda, que la herida te tiene que estar haciendo ver las estrellas. Cálmate y así todo ira mejor, eh?
-Pero, ¿qué quieres de mi?-Su tono era desesperado. El miedo comenzaba a asomar. ¿Cómo era posible que alguien fuese capaz de pagar tanta pasta por acabar con un gusano como aquel? Era patético. Medio calvo, con mas pelo en uno de los lados de la cabeza para peinarlo hacia el contrario y que ahora bailaba anárquicamente como si fuesen las plumas de un pies negros. Pies, dios, que dolor de pies tenia!
-Pues nada, mira, que estoy preparando una peña quinielista y cuando te he visto me he dicho… mira, seguro que este tío tiene ganas de participar, no te jode. ¿Qué crees que quiero? Lo de antes solo ha sido un error, tranquilo, lo de desplazarme cerca de 300 kilómetros de mi domicilio para encontrarte pura casualidad y la cuchillada que te he dado por la espalda sin mediar palabra solo un momento de mala suerte, si es que…
-¿Qué quieres? ¿Matarme?- La voz le comenzaba a temblar de nuevo. Ah, el olor del miedo, nunca acabare de acostumbrarme, me excita.
-Premio para el señorito. Ole mi niño, si es que cada vez me mandan acabar con gente mas lista, estoy llenando este país de tontos.-Pobre infeliz, le había costado 20 minutos, una herida y una ironía llegar a esa conclusión.
-¿Pe…pero por qué?- Empezaba a recular de espaldas, a separarse de la farola. ¿No le daba la luz un reflejo lila, como a los patos?
-Por feo. Anda va, mírate, si al fin y al cabo, realmente te hago un favor, socio. Das pena, autentica pena. Lo único salvable son esos zapatos… ¿son Martinelli?
-¿Pero de que coño me hablas ahora?- sus ojos se abrían como platos, los tenia saltones, si es que era feo el condenado.
La verdad es que los zapatos eran bonitos, unos Martinelli negros muy sobrios, sin nada, solo zapatos, joder, Dios existe y cuenta chistes!!! Y este es uno de los mejores que he escuchado.
-¿Qué pie usas?
-No me mates, por favor.
-¿Qué pie usas?
-Por favor, te daré lo que quieras, ¿quieres los zapatos? Uso un 40, toma, quédatelos, te los regalo.
-Lo vas a hacer igualmente.- Este no entendía la situación, me da a mi que aun no se creía lo que estaba pasando- ¿Un 40? ¿Pero que clase de pie es ese? ¿De pato? En serio, no puedes mantener el equilibrio con un 40, debes medir 1,70, es físicamente imposible. Ahora entiendo lo de tu torpeza.
-Te lo juro, tío, uso un 40, por favor, tómalos, cógelos.- Se estaba descalzando como podía, a pesar de no poder doblarse del todo debido a la herida lo consiguió hacer realmente rápido, teniendo en cuenta que no era muy ágil, precisamente.
-Chst! Quita, quita, para! ¿Dónde me pongo yo eso, de llavero?-El cabrón de Dios se había vuelto a reír de mi. En nuestro duelo particular de monólogos graciosos, me ganaba por goleada.
-Dime quien te manda, ¿Cuánto te pagan? Te daré el doble, por favor. Escúchame, tengo dinero, mucho dinero, te puedo pagar mucho.-Animalico.
-¿Tú? Ja ja ja.-Creo que la risa esta vez fue demasiado cruel. No tengo desperdicio, hasta sin querer a veces resulto un ser despreciable.- Pero si eres un muerto de hambre, tío cutre! Dinero dices, yo cuando empiezo un trabajo, lo ejecuto.-Que bueno soy con los juegos de palabras,¿a que si?- Y a no ser que tengas mucho, mucho, mucho dinero, algo que no es el caso, te toca diñarla, colega.
-¿Qué? ¿Pero tú que sabes? Que si tengo pasta, tío, tengo mucho dinero. De verdad!
-Vale, vale, Onassis, me da igual.
-Pero, ¿Quién te manda?
Acerque el cuchillo a su garganta mientras su espalda tocaba con la pared de uno de los edificios. No había un alma en aquella calle, no me extraña, daba miedo hasta respirar, el martilleo de la luz se metía en mi cabeza como agujas pinchándome en la nuca y tenia la sensación de estar siendo observado, algo obvio debido a mi paranoia crónica, claro. Suerte que no le hago demasiado caso a mi sentido arácnido, sino estaría como un cencerro. Ahora solo llego a la categoría de pato lila, que ya es decir.
-La asociación de miopes del norte, que les da envidia que no lleves gafas, mira tú por donde.
-¿Qué dices, si llevo lentillas?-Cuando comenzamos con el dialogo de besugos esto pasa de divertido a decadente.
Basta
Le hundí el cuchillo en la garganta, ni siquiera puso resistencia, no intentó apartarlo, tan solo murió. vi. como en sus ojos se apagaba la vida, me miraba fijamente, sin rencor, solo asustado. Mis dedos tocaban parte de su piel, le había penetrado tanto con la hoja que tocaba la pared de atrás con la punta. Era yo el que tenia el odio en la cara, el que retorcía el arma con rabia y aun hoy me pregunto porque.
Estamos jodidos II
Un tio sale de la cárcel gracias a la intervención de su pareja, la mata, se va al domicilio de su ex-compañera, no la encuentra y agrede a un matrimonio que testificó contra él en el juicio donde le condenaron. Con dos cojones.
Resulta que el personaje en cuestión cumplía una pena de prisión por amenazas a su ex-mujer, su actual pareja, había intercedido a su favor para lograr que se le aplicara el tercer grado (acudir al centro penitenciario únicamente a dormir) y él se lo agradece aprovechando un permiso de cuatro días para matarla. Acto seguido, el sujeto se encaminó a la vivienda de su ex-compañera sentimental, cosa harto curiosa, puesto que debido a la sentencia y la orden de alejamiento que pendía sobre él, llevaba una pulsera con localización GPS que debía sonar si incumplía la distancia que existía en dicha orden. El domicilio vacío, pero eso no le impidió agredir a una pareja que en su día había testificado en su contra.
Ayer, tratando un poco por encima el tema del género y cómo los estereotipos nos configuran, intentamos entender los mecanismos del proceso de socialización, en realidad y según los expertos, verdadero problema de la violencia doméstica en cuanto la llamamos de género. Muchos son los factores que provocan que hasta nuestros más rebuscados deseos sean influidos, influidos por una sociedad víctima de una historia dispar y rematadamente sexista, que nos provoca que sea más complicado reconfigurar nuestra mente. La escuela, los amigos, la familia, la publicidad, incluso los juguetes nos van formando nuestro ser, nuestra capacidad de percibir y nuestras disposiciones volitivas. Realmente vemos, sentimos y pensamos como la sociedad en general (aún sin querer) nos obliga a hacerlo. Es complicado encontrar las fuentes y cerrar el grifo para que en nuestro interior no arraiguemos sentimientos sexistas, es complicado discernir si estamos ante un producto de una sociedad contaminada o un simple loco agresivo que igual podía haber cometido otra barbaridad diferente, es complicado entendernos, tanto particular como genéricamente. Lo sencillo es quejarnos y decir: Estamos jodidos. ¿Cogeremos el camino fácil?
Resulta que el personaje en cuestión cumplía una pena de prisión por amenazas a su ex-mujer, su actual pareja, había intercedido a su favor para lograr que se le aplicara el tercer grado (acudir al centro penitenciario únicamente a dormir) y él se lo agradece aprovechando un permiso de cuatro días para matarla. Acto seguido, el sujeto se encaminó a la vivienda de su ex-compañera sentimental, cosa harto curiosa, puesto que debido a la sentencia y la orden de alejamiento que pendía sobre él, llevaba una pulsera con localización GPS que debía sonar si incumplía la distancia que existía en dicha orden. El domicilio vacío, pero eso no le impidió agredir a una pareja que en su día había testificado en su contra.
Ayer, tratando un poco por encima el tema del género y cómo los estereotipos nos configuran, intentamos entender los mecanismos del proceso de socialización, en realidad y según los expertos, verdadero problema de la violencia doméstica en cuanto la llamamos de género. Muchos son los factores que provocan que hasta nuestros más rebuscados deseos sean influidos, influidos por una sociedad víctima de una historia dispar y rematadamente sexista, que nos provoca que sea más complicado reconfigurar nuestra mente. La escuela, los amigos, la familia, la publicidad, incluso los juguetes nos van formando nuestro ser, nuestra capacidad de percibir y nuestras disposiciones volitivas. Realmente vemos, sentimos y pensamos como la sociedad en general (aún sin querer) nos obliga a hacerlo. Es complicado encontrar las fuentes y cerrar el grifo para que en nuestro interior no arraiguemos sentimientos sexistas, es complicado discernir si estamos ante un producto de una sociedad contaminada o un simple loco agresivo que igual podía haber cometido otra barbaridad diferente, es complicado entendernos, tanto particular como genéricamente. Lo sencillo es quejarnos y decir: Estamos jodidos. ¿Cogeremos el camino fácil?
lunes, 1 de diciembre de 2008
domingo, 30 de noviembre de 2008
El pato lila I
Llovía. Acababa de llegar el otoño. Si, estábamos a mediados de diciembre y llegaba precisamente ahora. Viva mi suerte, no se podía haber esperado un poco más, no, tenia que joderme el día a mí. Como no.
Precisamente hoy, precisamente esta noche, precisamente cuando estrenaba botas nuevas, Dios, los pies me estaban matando. Precisamente el día que me ponía por primera vez mi sombrero, uno de esos de tipo duro de película, de ala. Precisamente tenia que llover.
Me estaba entrando una mala hostia…
Y el capullo que iba delante mío no se quedaba quieto, una noche perfecta, vamos. Me había dado un arrebato de chulería y caminaba tranquilo, pausado, como si fuese uno de esos malos de película gore de serie B, esos que van andando sin prisas, sabiendo que su victima, por mucho que corriese más que él, no tenía escapatoria. Ah, a mi me estaba sucediendo ahora exactamente lo mismo.
¿Y por qué llovía de esa manera tan rara? Llevaba meses sin caer ni una jodida gota y a San Pedro no se le ocurría otra cosa que mearse a ratos y salpicando. Tendría que haber una ley divina, atmosférica o natural que prohibiese este tipo de putadas. Es que no hay derecho, que caiga de una vez agua o que no lo haga, pero esto no, coño, esto no.
Y yo que creía que iba a ser un día de trabajo fácil. Y los pies me estaban destrozando la moral, que dolor, la virgen. Bueno, la noche continuaba igual, yo con la gabardina empapada y el señorito de delante que no paraba de correr, bueno, al menos de intentarlo porque lo tenia jodido, iba a trancas y barrancas, casi por los suelos, apoyándose en ocasiones con las manos en los bordillos. Donde habíamos llegado con la torpeza. Odio perseguir inútiles, pero en fin, el trabajo es el trabajo y además dignifica, por eso me había convertido en un digno hijo de la gran puta. Anda, vaya cabezazo con la farola se acababa de dar el tipo, eso te pasa por no mirar hacia delante, capullo. Nada, que no podía correr en condiciones, bueno, digo yo que algo tendría que ver en eso la incisión en el costado y que probablemente le había llegado al estomago que le había hecho hacía apenas unos minutos. Y ahora intentaba escapar de mí sin éxito. ¡Y eso que yo solo andaba! ¡Si es que soy un crack!
Hombre, paraba de llover un momento, aproveché el lapso para arreglarme un poco mirándome en el escaparate de una tienda de…. ¿pero qué coño vendían estos chinos? ¿Patos lilas? ¿Cómo demonios se puede poner un pato lila?
En fin, el reflejo era lo suficientemente nítido para hacerme una idea del aspecto que presentaba, estaba cojonudo, si no fuese por la puta lluvia. Iba de negro, con mi sombrero nuevo, supongo que no parecería un patriarca. Mi gabardina Adolfo Domínguez me había costado un pico y ahora relucía producto de la fina lluvia que se pegaba a ella. ¿Seguro que no parecería un patriarca? La bufanda era de colores, a rayas azules, naranjas, granates, grises y negras. Estilo que tiene uno, si no fuera por el jodido dolor de pies que acompañaban estas botas, diría que son hasta bonitas. No, para que engañarnos, son feas, jodidamente feas y además incómodas. Tampoco pegaban mucho con los pantalones de pana gorda que llevaba, había sido un error. Lo reconozco, me había equivocado con las botas.
¿Y con el sombrero? ¿No tendría pinta de salir del pueblo? ¡A la mierda!!
El sombrero a tomar por culo, que se lo quedase el… Coño! Que se me escapaba el jorobado!!! Ya me había despistado un poco (solo un poco). Por suerte había girado a la izquierda, hacia un callejón. ¿Qué manía tiene la gente de irse a morir a sitios solitarios? ¿Y como te puedes comer un pato lila? ¿Qué diablos tenia que hacer con el sombrero? ¿Y con mis pies? Estaba a punto de cortármelos ya. Bueno, vamos por partes, mejor mato a este primero, regalo el sombrero después y encargo un pato lila para cenar para ver a que coño sabe. Lo de los pies no tiene arreglo ya, así que para que preocuparse.
Giré la esquina hacia el callejón, estaba todo muy oscuro, ya era de noche, cierto, pero parece que allí el aire era mas espeso, como cargante. Solo había una farola iluminando un escenario que parecía de película y además fallaba, su tintineo hacia más tétrico si cabe aquella zona, los altos edificios impedían que el aire circulara libremente por allí y el ambiente estaba viciado, hasta a mí me daba miedo. Ese silencio era extraño, no era normal.
Precisamente hoy, precisamente esta noche, precisamente cuando estrenaba botas nuevas, Dios, los pies me estaban matando. Precisamente el día que me ponía por primera vez mi sombrero, uno de esos de tipo duro de película, de ala. Precisamente tenia que llover.
Me estaba entrando una mala hostia…
Y el capullo que iba delante mío no se quedaba quieto, una noche perfecta, vamos. Me había dado un arrebato de chulería y caminaba tranquilo, pausado, como si fuese uno de esos malos de película gore de serie B, esos que van andando sin prisas, sabiendo que su victima, por mucho que corriese más que él, no tenía escapatoria. Ah, a mi me estaba sucediendo ahora exactamente lo mismo.
¿Y por qué llovía de esa manera tan rara? Llevaba meses sin caer ni una jodida gota y a San Pedro no se le ocurría otra cosa que mearse a ratos y salpicando. Tendría que haber una ley divina, atmosférica o natural que prohibiese este tipo de putadas. Es que no hay derecho, que caiga de una vez agua o que no lo haga, pero esto no, coño, esto no.
Y yo que creía que iba a ser un día de trabajo fácil. Y los pies me estaban destrozando la moral, que dolor, la virgen. Bueno, la noche continuaba igual, yo con la gabardina empapada y el señorito de delante que no paraba de correr, bueno, al menos de intentarlo porque lo tenia jodido, iba a trancas y barrancas, casi por los suelos, apoyándose en ocasiones con las manos en los bordillos. Donde habíamos llegado con la torpeza. Odio perseguir inútiles, pero en fin, el trabajo es el trabajo y además dignifica, por eso me había convertido en un digno hijo de la gran puta. Anda, vaya cabezazo con la farola se acababa de dar el tipo, eso te pasa por no mirar hacia delante, capullo. Nada, que no podía correr en condiciones, bueno, digo yo que algo tendría que ver en eso la incisión en el costado y que probablemente le había llegado al estomago que le había hecho hacía apenas unos minutos. Y ahora intentaba escapar de mí sin éxito. ¡Y eso que yo solo andaba! ¡Si es que soy un crack!
Hombre, paraba de llover un momento, aproveché el lapso para arreglarme un poco mirándome en el escaparate de una tienda de…. ¿pero qué coño vendían estos chinos? ¿Patos lilas? ¿Cómo demonios se puede poner un pato lila?
En fin, el reflejo era lo suficientemente nítido para hacerme una idea del aspecto que presentaba, estaba cojonudo, si no fuese por la puta lluvia. Iba de negro, con mi sombrero nuevo, supongo que no parecería un patriarca. Mi gabardina Adolfo Domínguez me había costado un pico y ahora relucía producto de la fina lluvia que se pegaba a ella. ¿Seguro que no parecería un patriarca? La bufanda era de colores, a rayas azules, naranjas, granates, grises y negras. Estilo que tiene uno, si no fuera por el jodido dolor de pies que acompañaban estas botas, diría que son hasta bonitas. No, para que engañarnos, son feas, jodidamente feas y además incómodas. Tampoco pegaban mucho con los pantalones de pana gorda que llevaba, había sido un error. Lo reconozco, me había equivocado con las botas.
¿Y con el sombrero? ¿No tendría pinta de salir del pueblo? ¡A la mierda!!
El sombrero a tomar por culo, que se lo quedase el… Coño! Que se me escapaba el jorobado!!! Ya me había despistado un poco (solo un poco). Por suerte había girado a la izquierda, hacia un callejón. ¿Qué manía tiene la gente de irse a morir a sitios solitarios? ¿Y como te puedes comer un pato lila? ¿Qué diablos tenia que hacer con el sombrero? ¿Y con mis pies? Estaba a punto de cortármelos ya. Bueno, vamos por partes, mejor mato a este primero, regalo el sombrero después y encargo un pato lila para cenar para ver a que coño sabe. Lo de los pies no tiene arreglo ya, así que para que preocuparse.
Giré la esquina hacia el callejón, estaba todo muy oscuro, ya era de noche, cierto, pero parece que allí el aire era mas espeso, como cargante. Solo había una farola iluminando un escenario que parecía de película y además fallaba, su tintineo hacia más tétrico si cabe aquella zona, los altos edificios impedían que el aire circulara libremente por allí y el ambiente estaba viciado, hasta a mí me daba miedo. Ese silencio era extraño, no era normal.
Estamos jodidos
183 muertos y más de 300 heridos, tres días de pesadilla, un país superpoblado sometido al arbitrio de unos pocos salvajes y una dirigente política con más vidas que un gato. Triste balance el que nos deja el oscuro y sangriento período de tiempo que ha transcurrido en la India en los últimos días.
Estamos jodidos.
Y ahora nos dirán que el problema es la religión, contestaran que es la opresión del capitalismo la que ha desembocado esta brutal matanza, pondremos en el ojo del huracán los textos sagrados y el mundo entero exigirá el fin de una violencia sin sentido.
Sin sentido es toda la violencia, no solo esta, porque no olvidemos que 3/4 partes de África se hallan en situaciones aún más peliagudas, que los ataques militares tampoco exigen demasiada justificación y que hasta la impuesta por el estado (pena de muerte) tiene un flojo sustento en el ámbito de los derechos humanos. Esta historia, todas las historias de violencia, no tienen sentido. Estamos jodidos.
Entre tanto y como dato curioso, la presidenta de la comunidad de Madrid, doña Esperanza Aguirre, ha sobrevivido a los atentados mientras se encontraba en la ciudad de Bombay, que mujer tan dura, no hay quien pueda con ella, ni estrellándose un helicóptero, ni entre fuego cruzado, ni siquiera con una mala configuración de la climatización de la primera clase del avión en el que volvió, en el que por cierto lo hizo sola, no acompañada del resto de la comitiva que acudió al país asiático con ella.
Personalmente, considero bien invertido hasta el último céntimo gastado para traer de vuelta a cualquier persona (alto cargo político o no) que se encontrara en el subcontinente indio, pero bueno, ¿no podían haber ocupado algunas plazas más? Realmente ignoro la situación en la que se encontraban el resto de personas, así como las condiciones necesarias para hacer el transporte efectivo, lo reconozco, pero me cansa que el elitismo esté presente incluso en las operaciones de "rescate".
Estamos jodidos.
Estamos jodidos.
Y ahora nos dirán que el problema es la religión, contestaran que es la opresión del capitalismo la que ha desembocado esta brutal matanza, pondremos en el ojo del huracán los textos sagrados y el mundo entero exigirá el fin de una violencia sin sentido.
Sin sentido es toda la violencia, no solo esta, porque no olvidemos que 3/4 partes de África se hallan en situaciones aún más peliagudas, que los ataques militares tampoco exigen demasiada justificación y que hasta la impuesta por el estado (pena de muerte) tiene un flojo sustento en el ámbito de los derechos humanos. Esta historia, todas las historias de violencia, no tienen sentido. Estamos jodidos.
Entre tanto y como dato curioso, la presidenta de la comunidad de Madrid, doña Esperanza Aguirre, ha sobrevivido a los atentados mientras se encontraba en la ciudad de Bombay, que mujer tan dura, no hay quien pueda con ella, ni estrellándose un helicóptero, ni entre fuego cruzado, ni siquiera con una mala configuración de la climatización de la primera clase del avión en el que volvió, en el que por cierto lo hizo sola, no acompañada del resto de la comitiva que acudió al país asiático con ella.
Personalmente, considero bien invertido hasta el último céntimo gastado para traer de vuelta a cualquier persona (alto cargo político o no) que se encontrara en el subcontinente indio, pero bueno, ¿no podían haber ocupado algunas plazas más? Realmente ignoro la situación en la que se encontraban el resto de personas, así como las condiciones necesarias para hacer el transporte efectivo, lo reconozco, pero me cansa que el elitismo esté presente incluso en las operaciones de "rescate".
Estamos jodidos.
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